Gustavo Eduardo Toledo Lara Profesor de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Isabel I
Jue, 01/12/2016 - 15:18

Niños emocionados

Indudablemente, nos mueven las emociones. Esta afirmación no solo se circunscribe a la etapa infantil, sino que está presente a lo largo de la vida de todo ser humano, solo que, según la etapa de vida, así debe ser lo relativo al aspecto emocional. De manera relativamente reciente, se ha reconocido el concepto de inteligencia emocional desde la observación del comportamiento humano asociado a la inteligencia ya no solo en el aspecto cognitivo, sino que avanzaba un paso más allá al sumergirse en el campo emocional. De tal manera, podemos comprender que la inteligencia emocional es aquella habilidad para percibir, reconocer y dar valor a las emociones además de regularlas y manifestarlas de la mejor manera, en el momento adecuado y de la forma más acertada.

Visto así, pareciera una labor compatible con el autocontrol; sin embargo y en el contexto educativo, la inteligencia emocional ya implica que la motivación hacia el aprendizaje puede lograr exitosos resultados y lógicamente un proceso armónico de enseñanza y aprendizaje, con lo cual, no se trata de meras expresiones físicas de alegría o euforia, se trata más bien de un proceso sistemático y organizado de un conjunto de acciones que puedan (y sepan) orientar a los alumnos para que tanto el desempeño estudiantil como el académico sean significativos.

Viendo este tema desde otro punto de vista, es fundamental para una óptima educación emocional que los docentes estén suficientemente preparados y aquí está el detalle: un docente emocionalmente preparado se caracteriza primeramente por contar con una serie de recursos emocionales que le permitan acompañar a sus alumnos en su desarrollo afectivo. Por otra parte, para que el profesional de la educación se encuentre afectivamente preparado para el encuentro formativo, es necesario que reconozca su propio desarrollo emocional, ya que sería una labor sumamente incongruente educar desde lo moral y lo afectivo sin contar con una serie de valores suficientemente sólidos y, desde luego, sepa dominar y expresar debidamente sus emociones (autocontrol). A partir de estas características, el docente entablará una vinculación sana y empática con sus alumnos, identificará y caracterizará sus estados emocionales y les ofrecerá las herramientas necesarias de cara a la resolución de los conflictos y a la toma de decisiones. Lógicamente, juegan un papel determinante la motivación y el nivel de implicación del docente con su labor, ya que, como se ha apuntado al principio de estas líneas, nos mueven las emociones sin importar la edad o la etapa de vida.

Ahora bien, observando la evolución de lo que ha significado la enseñanza tal y como la hemos conocido hasta este momento, podemos identificar que el aprendizaje de lo académico y conceptual (matemáticas, lenguaje, ciencias sociales, entre otras áreas) han ocupado un lugar privilegiado dentro del proceso educativo, obviando casi por completo el aspecto emocional. No obstante, posiblemente estaremos de acuerdo en que la educación como fenómeno social y pedagógico aspira a que los alumnos alcancen una serie de metas significativas en función de los valores sociales; por lo tanto, esta educación debe dirigirse al desarrollo pleno de la personalidad de los alumnos, lo cual, indiscutiblemente, tiene que ver con el desarrollo cognitivo y, desde luego, con el desarrollo emocional.

Ante estas aseveraciones, es justo reconocer que aún es necesario seguir creciendo en cuanto a la formación del profesorado en educación emocional. Efectivamente, aspectos tales como la autoconciencia, el autocontrol, la motivación, la empatía o las habilidades sociales constituyen aristas de un mismo espectro formativo, en el cual los docentes (o los que se están formando para la docencia) debemos seguir formándonos de cara a la atención efectiva y afectiva de nuestros alumnos. Esto no debe tomarse de manera ligera, ya que el proceso de aprendizaje se ve determinado por el conjunto de emociones que rodean al ser humano; con lo cual, el tema que aquí estamos presentando debe estar –de forma imperativa– en toda propuesta de renovación/adaptación curricular a todo nivel.

La educación emocional, no obstante, no se consolida al ser decretada su enseñanza; se trata de un proceso que debe empezar desde los primeros años de vida y dentro de nuestra responsabilidad como docentes. Debe constituir un aspecto que, desde la conciencia y la ética profesional, tiene que formar parte de nuestro crecimiento como formadores y como personas. Es tal la importancia de la educación emocional que se asegura el éxito de cualquier modelo pedagógico a partir de las emociones (motivación, rol e influencia del docente, empatía, autoestima, entre otros).

Es por eso por lo que, por ejemplo, a los estudiantes que se forman en la docencia se les presentan situaciones reales que deben analizar y evaluar para que estos puedan ir paulatinamente fortaleciendo su actuar y, desde luego, saber conjugar la práctica profesional con la manifestación de las emociones. Más allá del efecto automático de una calificación, se trata de que ese estudiante que se forma identifique cuáles son todas las variables que considerar al momento de abordar una situación determinada y, también, poder identificarse a sí mismo como corresponsable de su actuar, caracterizando todos los aspectos definitorios que entran en juego en un momento determinado. Nadie ha dicho que sea una labor fácil; sin embargo, nos formamos precisamente para eso, con lo cual, la constancia y la permanencia en el tiempo también son elementos que debemos considerar al momento de la formación en educación emocional ya vista desde la formación de docente.

En definitiva, es tan importante la alfabetización tecnológica y conceptual como la alfabetización emocional. Esto no podrá ponerse en marcha hasta que se asuma su real importancia más allá de creer que la educación emocional es sinónimo de sentimentalismo injustificado. Por lo tanto, a todos los seres humanos nos mueven las emociones, aunque no todos las expresemos de la misma forma y con la misma intensidad.

 

Entrada publicada el 01/12/2016

Editor: Universidad Isabel I

Burgos, España

ISSN: 2659-5222

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