Gustavo Eduardo Toledo Lara Profesor de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Isabel I
Mié, 03/02/2016 - 10:00

     Muchos de los que hacemos vida dentro del mundo educativo hemos sido formados bajo la figura de la clase magistral. No es un pretérito lejano ya que, actualmente, aún se sigue desarrollando esta práctica. Nos acostumbramos al gran investigador que con voz fuerte y firme nos transmitía parte de sus conocimientos ante una audiencia que se mostraba poco activa ante tal realidad. El estudiante adopta varias posturas: tomar notas sobre lo que considera relevante, mirar perdidamente a algún punto simulando atención, escuchar al profesor, revisar (ya casi sin disimulo) el móvil, mientras que el investigador continuaba con su clase magistral.

     Este patrón formativo se ha reproducido casi sin buscarlo. En este sentido, los profesionales formados en las aulas universitarias empezaron a creer que esta era la forma de transmitir  y, con esto, al llegar a desempeñar el mismo rol, repetían dicha estructura en clases tal vez con la compañía de alguna herramienta tecnológica: el profesor habla y el estudiante (posiblemente) escuche.  Es aquí donde hay que actuar. Así, para Ortega y Gasset (2001), «la Universidad contemporánea ha complicado enormemente la enseñanza profesional que aquella en germen proporcionaba, y ha añadido la investigación quitando casi por completo la enseñanza o transmisión de la cultura» (p. 4).

     ordenador y librosSi nos vamos a la formación del futuro docente, el impacto suele ser superior; es decir, desde el minuto cero se debe formar a ese futuro docente para que reconozca las diversas maneras en las que él puede transmitir su mensaje. Poco a poco, la formación para la docencia debe provocar el desaprender y aprender siempre desde el pensamiento crítico. Ahora hay otro factor que no se puede dejar de lado: con Bolonia el estudiante es el centro de atención, pero ¿los docentes realmente sabemos lo que esto implica?

     Desde luego, al enfocar la atención hacia el proceso de aprendizaje, hay que reestructurar toda una tradición que lleva años instaurada en los cimientos universitarios. Ya hay que desmitificar al investigador que desde su peldaño hablaba sobre un tema. Es necesario entonces que se pueda digerir un nuevo proceso, una nueva posición ante lo que todavía parece no comprenderse. El saturar al estudiante de actividades no hace que se centre la atención en él. Se trata posiblemente de perfilar un ser humano crítico, con capacidad de análisis, síntesis, y que pueda transferir e inferir la información.

     Pero ¿cómo hacemos cuando estamos en la educación online? Aquí surge un fenómeno muy interesante: ya el rol del docente se convierte en facilitador, acompañante y guía, pero ¿cómo se logra la empatía o cercanía entre el docente y el alumno? No hay otra opción: el docente aquí sí es un factor determinante para la motivación y, por lo tanto, el interés del estudiante puede reforzarse si encuentra receptividad por parte del profesor.

     Es un hecho que el estudiante que llega a la educación online tiene en sus hombros una formación mayoritariamente presencial, de clases generalmente magistrales, y lo memorístico privilegiado sobre lo analítico-interpretativo. Al llegar a la educación online es inevitable el choque inicial, y deberá paulatinamente asimilar que ahora él es quien administra y programa su propio proceso de aprendizaje y que el docente ahora no es el que le dice qué hacer o cómo hacerlo, sino que ahora es un «hacemos» en el que la figura del docente se debe acercar más al futuro profesional.

     estudiante y ordenadorUna de las constataciones más palpables de la educación online es que efectivamente hay un momento en que el estudiante se encuentra con toda la información que se le ofrece desde el aula virtual. La primera y casi automática iniciativa es buscar dónde escribir o a quién preguntar. Ahí está el docente para que, junto con el estudiante, se pueda asegurar que el tránsito de una modalidad a otra no resulte tan traumático, pero para esto también el docente debe estar preparado (para atender y acompañar) y formado (para guiar desde una disciplina o campo de estudio). Tenemos mucho por hacer y mucho por construir. Ahí está el reto: en saber desaprender y aprender.

 

 

Referencia bibliográfica

Ortega y Gasset, J. (2001). Misión de la Universidad, [con indicaciones y notas para los cursos y conferencias de R. Palma]. Recuperado el 26 de marzo de 2014, de http://www.esi2.us.es/~fabio/mision.pdf

Entrada publicada el 03/02/2016

Editor: Universidad Isabel I

Burgos, España

ISSN: 2659-5222

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