Gustavo Eduardo Toledo Lara Profesor de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Isabel I
Vie, 19/05/2017 - 17:12

Bombillo dentro de un dibujo de una nube

Una vez que desarrollamos nuestro trabajo, podemos darnos cuenta que poco a poco ya hemos superado todos aquellos elementos que constituyen el cuerpo del informe escrito de nuestra investigación. Justamente al momento de llegar a la conclusión es que, regresando a los primeros epígrafes, podemos hacernos una idea de todo ese camino recorrido y es el momento propicio para terminar de hacer los ajustes necesarios para que, desde la portada hasta el último punto de la bibliografía, se hable precisamente de nuestro tema trabajado.

Sin embargo, aquí influyen muchos factores que pueden ayudar (o no) la elaboración de nuestra conclusión. El factor más común es pensar (equivocadamente) que al haber escrito tanto, ¿de dónde vamos a extraer más información para hacer la conclusión? ¿Qué escribo? ¿Por dónde empiezo? Sin ánimo de ser “minimalista”, la respuesta a las anteriores preguntas las tenemos frente a nosotros. Lo único que falta es que redactemos en «forma de conclusión» y, para ello, pueden servirnos algunas de las ideas que a continuación compartimos:

1. Primeramente, debemos obligatoriamente hacer una lectura general de todo el trabajo. Esa lectura debe hacerse identificando aquellos puntos relevantes que queremos destacar de nuestro trabajo. Una buena técnica es subrayar o resaltar las ideas fuerza e ir seleccionando lo más representativo de cada capítulo o epígrafe. En este caso, vamos a llamar a esta actividad «recapitulación» (es decir, releer, pero con detenimiento).

2. Ahora nos vamos a dirigir de manera muy especial a los objetivos que nos planteamos en el trabajo. Esto nos va a ayudar a construir el 'esqueleto' de nuestra conclusión. Si leemos los objetivos debemos ser capaces de observar cómo ha sido su grado de realización y qué resultados hemos conseguido con los mismos.  Un temor muy frecuente es intentar 'maquillar' la revisión del grado de realización de los objetivos porque se teme que, de no hacerlo así, se puede transmitir la idea de que no se ha hecho un buen trabajo. Desde luego esto no es cierto, ya que la conclusión es precisamente lo que el autor del trabajo quiere demostrar una vez ha recorrido todo el proceso de elaboración de su investigación.

3. Mientras vamos revisando y leyendo cada objetivo, debemos redactar lo que hemos conseguido. Es decir, ¿qué hemos conseguido de cada objetivo? En este punto de nuestra redacción, no se trata de una lista de cotejo para determinar que se hizo y que no, aquí se trata de demostrar todo aquello que ha ocurrido con los objetivos que nos planteamos. Estas preguntas nos pueden servir para iniciar la redacción de esta parte del trabajo: ¿qué hicimos para lograr ese objetivo? ¿Qué conseguimos? ¿Eso que conseguimos que aporta a nuestro trabajo?

4. ¡Mantengamos la calma! Es perfectamente normal tener la sensación de que no sabemos que hacer. Para reducir esta sensación, basta con detenernos en el objetivo que estamos trabajando y ubicar su desarrollo en el trabajo. De allí es que vamos a extraer datos relevantes que convertiremos en la información que ha de aparecer en la conclusión.

5. Si en nuestro trabajo desarrollamos una propuesta, es imperativo el hecho de hablar sobre ella. Justamente esa propuesta es la puesta en escena de lo que queremos proponer. Es además la oportunidad ideal para 'promocionar' la propuesta que hemos construido, ya que teóricamente dicha propuesta responde a lo que queremos llevar a la práctica a partir de aquel aspecto que consideramos relevante, para que nuestros futuros alumnos puedan tener una experiencia de aprendizaje diferente y significativa. Obviamente también se espera que los docentes que lean dicha propuesta puedan aprender y mejorar su práctica diaria.

6. Evitemos a toda costa iniciar la redacción de nuestra conclusión pensando en que es muy poco texto, o que debemos 'rellenar' más para que ocupe más espacio. Al hacer esto, no solo vamos a conseguir algo sin significado para nuestro trabajo, sino que, además, no vamos a aportar nada significativo después de hacer recorrido todo este proceso de elaboración del trabajo final.

7. Inicia tu conclusión con un par de párrafos a modo introductorio de la misma. Eso le da densidad y rigor a tu aporte. Caso contrario sería iniciar la conclusión solo numerando los objetivos y redactando si los mismos se hicieron o no. Recuerda: Los párrafos a modo introductorio van a servir para hilar todo el texto. Del mismo modo, lo más recomendable es redactar un par de párrafos a modo de cierre de la conclusión. No es algo obvio el hecho de que la conclusión es el cierre del trabajo (es decir, la conclusión es un punto de revisión de lo que se ha desarrollado hasta ese momento, sin embargo, el trabajo puede seguir creciendo), no obstante, estos párrafos de introducción y cierre de la conclusión le van a aportar rigor y formalidad a tu texto.

Y, finalmente, la redacción y el uso correcto de los términos van a ayudar a que aquello que redactemos pueda ser entendido por todos los que lean nuestras líneas. No desaprovechemos la oportunidad de compartir todo lo que hemos conseguido hasta ahora.

Entrada publicada el 19/05/2017

Editor: Universidad Isabel I

Burgos, España

ISSN: 2659-5222

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