Santiago García Morilla Profesor de la Universidad Isabel I
Lun, 01/06/2015 - 18:10

Un fin de semana a primeros de este mes, salí con mi bicicleta de montaña como viene siendo habitual. A pesar de salir normalmente por los alrededores del pequeño pueblo de Valdealiso de Rueda, el valle estaba precioso, más de lo habitual. Un invierno muy duro con importantes nevadas como hacía años que no se veían, según los más mayores del lugar, una primavera no muy abundante en lluvias, pero que finalmente habían hecho acto de presencia, y un pequeño veranillo en las primeras semanas de mayo habían hecho que el valle tuviera un verde más propio de nuestra vecina Asturias que del norte de León. Como era atardecer, ya se podían avistar desde el alto en el que me encontraba algunas chimeneas que como lánguidos hilos humeaban de las diminutas casitas. Lo cierto es que desde allí arriba el pequeño pueblo parecía mucho más de lo que es en realidad. Seguro que poco había cambiado esa estampa, al menos desde lo lejos, de lo que debía haber sido el pueblecito cincuenta años atrás. Apoyé mi bici en un roble y me senté a avistar tan bonita panorámica como solía hacer tiempo atrás cuando necesitaba un poquito de tiempo para mí. En esas casas ya faltaba mucha gente que tiempo atrás llenaba sus calles con jolgorio donde cualquier ínfimo acontecimiento era un evento, al menos, digno para reunirse, comentar y charlar amigablemente. Sí, con unas pipas acompañado, el placer era total.

Aquellos juegos de nuestra infancia

Recuerdo muchas cosas de mi niñez, a cada cual mejor. No nos hacía falta mucho para disfrutar. Unas botas de goma y una bicicleta heredada de tu hermano mayor era lo mejor para pasar una tarde de septiembre lluviosa o después de una gran tormenta de verano en la que había bajado 8 grados la temperatura del sofocante verano. Un simple balón y un «¿quieres jugar conmigo?» eran suficientes para tener el mejor amigo. En ocasiones olvidabas hasta la hora de cenar y eso ya era peor. Si las cosas pintaban mal, un «rapapolvo» no te lo quitaba nadie, si no, un bocadillo y de vuelta a la calle con la bicicleta y el balón encajado en el cuadro de la misma y a esperar al nuevo amigo y jugar por la noche hasta la hora de dormir. Recuerdo las tremendas sudadas al llegar a casa y las habituales postillas y raspones que cubrían mis rodillas porque no podías dejar que el balón entrara entre los tres postes. Te iba la vida en ello. Al menos eso pensábamos nosotros.

Jugábamos por la noche a todo tipo de juegos como «tres marinos a la mar», «bote» o «recorrido». Recuerdo la comba cuando la vergüenza de jugar a «eso de chicas» se nos pasó (¡¡y qué bien lo pasaron ellas tanto tiempo y nosotros mirando!!). La peonza, el pañuelo, el «burro» o las excursiones nocturnas formaban parte de nuestras distracciones habituales. No hacían falta ni bares ni piscina en verano ni todas esas «maquinitas» de las que ahora disponemos. En el primer caso porque no teníamos, en el segundo porque ni existían. Cuando llegaban las fiestas, la carrera de sacos tenía gran poder de convocatoria, el partido de solteros contra casados dejaba ver normalmente las deficiencias físicas de los segundos… además del corro de luches (sí, la lucha leonesa) y la actividad estrella que era «la carrera del gocho», donde en la era se soltaba a un pequeño tocinillo untado de sebo completamente y en parejas atados por una pierna se le intentaba dar caza. Y digo se intentaba, porque no siempre se lograba. Si lo pienso, aún sonrío al recordar alguna estampa que nunca olvidaré.

Desde aquí, os invito a compartir en este rincón aquellos juegos que practicabais en vuestra niñez. También sirven esos juegos curiosos y «raros» que sabéis que se practicaban en vuestra época y en vuestra zona geográfica. Tiene que ser verdaderamente enriquecedor conocer vuestras realidades ya que, si formaron parte de vuestra niñez o juventud, forman parte de vosotros y eso aquí nos importa mucho.

Ni que decir tiene que no me quedé allí arriba sentado. Con cuidado bajé la estrecha senda que ya estaba bastante a oscuras y perfilé unas ideas de lo que hoy son estas palabras.

Espero con verdadera curiosidad vuestras vivencias deportivas que os han hecho ser lo que hoy sois.

 

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