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Miércoles, 25 de noviembre de 2015. La profesora del Grado en Criminología Milagros del Campo y el profesor del Grado en Psicología Albert Flexas reflexionan en torno a la compleja realidad que es la violencia de género.  

Muchas veces nos preguntamos ¿por qué una mujer maltratada no abandona al agresor?, ¿por qué no evita las agresiones?, ¿por qué sigue con ese hombre?, ¿cómo es posible que la mujer agredida, tras romper la relación, reanude la convivencia con su expareja agresora? En realidad, el proceso de toma de decisiones para salir definitivamente de una relación violenta se torna muy complejo. Algunos estudios realizados en entornos clínicos señalan que, por término medio, algunas mujeres pueden llegar a permanecer en la relación violenta durante un periodo no inferior a diez años antes de adoptar algún tipo de medidas (Labrador y Alonso, 2005; Rincón et al., 2004). Hoy, en el Día Internacional contra la Violencia de Género, nos parece adecuado destacar la complejidad de esta situación porque cuanto mejor la entendamos, mejor podremos luchar contra ella.

¿Por qué se perpetúa el maltrato?

Se trata de una cuestión que ha despertado un gran interés en las últimas décadas y que la psicología ha tratado de responder estudiando tanto los factores de la víctima como del agresor y del contexto social. A menudo pensamos, bien seamos hombre o mujer, que la cosa no va con nosotros, que jamás haríamos o dejaríamos de hacer ciertas acciones. Sin embargo, cualquiera puede ser víctima, maltratador o contribuir en mayor o menor medida a que una situación de maltrato se perpetúe.

Emociones y pensamientos de la víctima

En relación con la víctima, algunas emociones tan comunes como la vergüenza, la culpa y el miedo actúan como verdaderos bloqueantes del comportamiento. La mujer se ve incapaz de abandonar al agresor. Aquellas que finalmente lo hacen acostumbran a decir que «(…) no quería que nadie lo supiera (…) pensaba que la gente me iba a rechazar si se enteraban de que yo había consentido una cosa así». Desde el punto de vista cognitivo, algunos pensamientos típicamente encontrados en las mujeres que continúan con sus parejas son «no tengo otra alternativa, en toda pareja ocurre lo mismo, es normal lo que me sucede, la próxima vez lo evitaré callándome, soy yo la que lo provoqué, me lo merezco, no es su culpa, está enfermo, es el alcohol, pero yo lograré que cambie, no puedo privar a mis hijos de su padre...»; en definitiva, las víctimas tienden a justificar y minimizar el comportamiento del agresor y a culparse por la violencia sufrida, e incluso se acomodan a la situación de maltrato.

Nivel de violencia y características del agresor

En relación con el agresor, la frecuencia y la intensidad del maltrato ejercido actúan como factores determinantes en la toma de decisiones de la víctima. Así, las víctimas afectadas por niveles relativamente bajos o moderados de violencia aguantan más la convivencia con el agresor. Resulta intuitivo llegar a esa conclusión, aunque no resulta tan fácil identificar este tipo de violencia, que muchos hombres ejercen sin saberlo. En cambio, aquellas víctimas que sufren violencia más a menudo, o situaciones de violencia grave, aunque la lógica nos ayuda a entender que son las que más desean abandonar la relación, al mismo tiempo son las que más temen hacerlo por los posibles riesgos que perciben que entrañaría su decisión. Por otro lado, que el agresor tenga empleo y sea la principal fuente de ingresos económicos para la familia, el hecho de que decida acudir a tratamiento psicológico o muestre implicación hacia el cambio, que no presente problemas con el alcohol o rasgos patológicos de personalidad, también son factores que contribuyen a la permanencia de la mujer en la relación abusiva.

El papel de la sociedad

Algunos de los factores sociales y contextuales que actúan como bloqueadores de la ruptura del ciclo vicioso del maltrato son las creencias y mandatos sociales sobre la maternidad y la relación de pareja (naturalización de la violencia como algo normal hasta cierto punto, idealización de las relaciones de pareja como algo eterno, normalidad del sufrimiento para mantener la relación, etc.), las dificultades de empleabilidad, el aislamiento social y familiar y el desconocimiento de los recursos comunitarios existentes. En relación con todo esto, la existencia de hijos pequeños y el miedo a perder su custodia cobran gran importancia.

Interacción de factores

La dinámica que supone la estrecha relación de dependencia entre víctima y agresor parece generarse por la intermitencia entre el buen y el mal trato ejercido. Una de las teorías psicológicas más conocidas y aceptadas para explicar este fenómeno fue formulada por Seligman en 1975 y se conoce como teoría de la indefensión aprendida. Según este autor, la conducta violenta alternada con periodos de luna de miel genera que la mujer no sepa anticipar cuándo se producirá el siguiente episodio violento, creyendo siempre que fue el último. Como no ocurre así, la víctima no tiene posibilidades ni habilidades para enfrentarse a su pareja. Se produce, pues, una vulnerabilidad e indefensión por parte de la víctima, que va agotando sus recursos psicológicos para poder escapar de la situación.

Una explicación más compleja viene dada por los modelos ambientales recogidos por Amor y Echeburúa (2010), y que tienen en cuenta los factores arriba mencionados y otros como la carencia de estrategias de afrontamiento adecuadas en la víctima (por falta de salud, autoestima, estilo optimista, etc.), las repercusiones psicopatológicas experimentadas por el maltrato crónico (estrés postraumático, síntomas ansioso-depresivos, etc.) y los factores sociales (falta de empleo, precariedad económica, etc.), que interactúan con las respuestas específicas de la víctima en el ámbito de la relación (dependencia emocional, expectativas negativas de cambio, insatisfacción con la relación, etc.) contribuyendo al mantenimiento de la relación violenta.

¿Qué podemos hacer?

El abandono de una relación de pareja violenta supone, por tanto, una decisión extremadamente compleja y difícil de tomar. Se trata de un proceso dinámico condicionado por una serie de circunstancias vinculadas a la víctima, al agresor y a la relación, en estrecha interacción con otros factores contextuales y psicosociales. Este conjunto de circunstancias, que tienen un peso diferente de unas personas a otras, dificultan enormemente el abandono de la relación (Echeburúa, Amor y Corral, 2002).

En este sentido, es importante que todos los profesionales que trabajamos en esta área (jueces, abogados, psicólogos, trabajadores sociales, médicos, educadores o policías) tengamos una formación específica en estas cuestiones y conozcamos los aspectos relativos a la dificultad que entraña la toma de decisiones. De esta manera podremos paliar los efectos de esa «victimización secundaria» que se produce cuando la mujer maltratada decide romper con la relación.

Por otro lado, como sociedad debemos ser conscientes de la complejidad de estas situaciones para evitar juzgar a la víctima de violencia doméstica. Cuanto más las entendamos, mejor podremos apoyar a las víctimas y romper con el círculo de la violencia.

Porque cualquiera podría ser esa mujer, o ese maltratador, o el miembro de esa familia que por desconocimiento o por educación está transmitiendo ciertas creencias, o ese director de recursos humanos que dificulta la empleabilidad de mujeres en edad fértil, o aquella doctora que llama «tonta» a una víctima por no denunciar... Cualquiera de ellos... podrías ser tú.

Referencias bibliográficas:

 • Amor, P.J y Echeburúa, E. (2010). «Claves psicosociales para la permanencia de la víctima en una relación de maltrato». Clínica Contemporánea 1(2), pp. 97-104.

• Echeburúa, E., Amor, P. J. y Corral, P. (2002). «Mujeres maltratadas en convivencia prolongada con el agresor: variables relevantes». Acción Psicológica, 1, pp. 135-150.

• Labrador, F. J., y Alonso, E. (2005). «Trastorno de estrés postraumático en mujeres víctimas de violencia doméstica: un programa de intervención breve y específico». Cuadernos de Medicina Psicosomática y Psiquiatría de Enlace, 76/77, pp. 47-65.

• Rincón, P. P., Labrador, F. J., Arinero, M. y Crespo, M. (2004). «Efectos psicopatológicos del maltrato doméstico». Avances en Psicología Latinoamericana, 22, 105- 116.

• Seligman, M. E. P. (1975). Helplessness: On Depression, Development, and Death. San Francisco: W. H. Freeman.