Virginia Durán Muñoz-Cruzado Profesora del Grado en CAFD
Vie, 19/04/2024 - 08:51

Mujer mirando su pulsómetroMujer comprobando sus mediciones al realizar deporte.

Serie: 'In corpore sano' (XLIV)

A nadie se le escapa que la cultura occidental es la cultura del tiempo, o más bien de la falta de tiempo. Las nuevas generaciones se han vuelto inmediatas y se han alejado del concepto “esfuerzo” y en definitiva de abrazar también el camino que te lleva a tu meta y no solo el trofeo. En este mundo inmediato donde sentimos continuamente que el tiempo se nos escapa, es difícil hacer entender a las personas que se necesita tiempo y esfuerzo para cuidar tu salud.

Hablando de inmediatez, es mucho más rápido tomar una pastilla en la mañana para controlar mi tensión que cuidar mi alimentación y hacer deporte. Tomar una pastilla toma unos 30 segundos de tu tiempo y hacer deporte y el cuidado de la alimentación puede tomar unas horas en tu ocupado día. En patologías como la hipertensión, la diabetes, la hipercolesterolemia, la obesidad, la ciencia lo tiene muy claro, el primer escalón terapéutico es el cambio en los hábitos de vida. ¿pero qué se puede hacer cuando un paciente te dice claramente que no está dispuesto a hacer deporte o que su situación económica le impide llevar una dieta más saludable? Pues por desgracia, en demasiadas ocasiones nos vemos obligados a saltarnos este escalón terapéutico que no solo tiene impacto en estas patologías que queremos tratar, sino que también ha demostrado otros beneficios como la mejora en el estado de ánimo, fundamental para afrontar ciertas enfermedades.

Pero ¿dónde está el problema? Podemos pensar que los culpables son los pacientes por no esforzarse en mejorar su estado de salud, o bien también podríamos pensar que es más sencillo (y rápido) para el médico prescribir un fármaco que emplear tiempo en la consulta para realizar recomendaciones sobre hábitos de vida saludable.  Probablemente nos equivoquemos si solo implicamos a estos dos actores en la corresponsabilidad en las terapias para la salud.

Probablemente si se invirtiera el mismo dinero y esfuerzo en la prevención que en el tratamiento de las enfermedades, el escenario sería distinto. Y es que no podemos dejar atrás que el paciente está influenciado por su ambiente. Desde el punto de vista de la alimentación, solo nos hace falta entrar a un supermercado para hacer un análisis rápido, los alimentos más saludables son siempre los más caros. Intenta debatir con una madre de familia con capacidad económica limitada la importancia de introducir verduras en la dieta de su hija obesa, no es sencillo. Esta madre, probablemente esté acostumbrada a cocinar un guiso que alimente a toda su familia por mucho menos dinero de lo que podría costarle hacer un plato equilibrado con verduras, legumbres y pescado. Por otro lado, debatir con un ejecutivo que ocupa todo su día trabajando, la importancia de no comer “comida rápida” y realizar una dieta equilibrada para cuidar su salud, tampoco es un trabajo sencillo. Tomar medidas de promoción de salud pública que acerquen a la población los alimentos más saludables, probablemente facilitaría el trabajo a los profesionales de la salud y ayudaría a las personas a cambiar sus hábitos de vida a hábitos más saludable.

Mujer haciendo deporte

Mujer practicando deporte.

Un análisis similar podríamos hacer con el deporte. Es cierto que existen algunas iniciativas para impulsar el deporte y el abandono de la vida sedentaria en distintos lugares de la geografía española: cursos para aprender a montar en bicicleta con el fin de utilizarla como medio de transporte, actividades deportivas para personas mayores, etc. Pero ¿son estás suficientes? ¿abarcan a toda la población? Es que el deporte, en cualquiera de sus expresiones y en cualquier rango de edad, no debería de ser una opción, debería de ser una obligación con uno mismo y con la sociedad. ¿por qué solo llegamos a ciertas personas o rangos de edad en la promoción del deporte gratuito?

Por otro lado, la prevención en salud está íntimamente ligada a la educación, no podemos pretender tener adultos co-responsables con su salud si nadie les enseñó en su infancia la importancia del autocuidado. Probablemente enseñar a un niño la importancia del cuidado de su salud física y mental, cómo hacer estos cuidados y las consecuencias personales, sociales y económicas de no cuidarse, sea igual o más importante que formarlo en ciencias, religión o matemáticas. Es por esto, que parte de la solución, como en casi todo, se encuentra en la educación.

En definitiva, la corresponsabilidad en las terapias para la salud es totalmente necesaria para mantener nuestro estado de bienestar. Se necesita el compromiso y trabajo, no solo de las personas, sino también unas instituciones que promuevan acciones que ayuden a los individuos a llevar unos hábitos de vida más saludables que les ayuden a ser menos enfermos, a conservar mejor su salud contribuyendo de esta forma a generar menos gastos a un sistema sanitario ya asfixiado.

Editor: Universidad Isabel I

ISSN 2697-1992.

Burgos, España

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