ciudad al atardecer con elementos de big data impresos sobre la fotografía

 

24 de julio de 2020. Doctora en Filosofía de la Tecnología y profesora en la Universidad Isabel I, Eurídice Cabañes analiza la incertidumbre que existe en estos momentos sobre el Covid-19, ante la falta de una vacuna por parte de la ciencia y la ausencia de una tecnología que pueda resolver esta enfermedad.

“Es evidente que la ciencia y la tecnología son muy importantes, tanto para abordar las problemáticas surgidas de la pandemia, como para la vida en general, pero no son un elixir mágico de respuesta inmediata, neutra e infalible”. Esta es una de las razones por las que la gente mira hacia la filosofía para buscar una solución, y Cabañes ha querido denominarlo como ‘solucionismo tecnocientífico’

El pensamiento crítico

En las publicaciones sobre su teoría del solucionismo tecnocientífico explica que “no hemos de pedirle a la filosofía las respuestas que no encontramos en otro lado (y menos, respuestas rápidas sin tiempo para la reflexión), porque lo que más nos puede dar son preguntas”. En su línea argumentativa añade que, puede parecer que las preguntas no son gran cosa, pero pueden serlo todo, porque suponen “mirar lo que sucede desde el pensamiento crítico”.

Plantearnos preguntas

Respecto a estas preguntas, la doctora el Filosofía de la Tecnología, subraya que nos guían hacia una reflexión crítica más que cualquier respuesta. Nos ayudan a centrar la atención en lo importante, porque, a veces, se pierde la perspectiva o queda encubierta por falsos dilemas: o estas a favor de todas las medidas del gobierno o en contra, o te interesa la economía o las personas…

Para Cabañes “los dilemas generan una polarización y un seguimiento ciego emocional a una de las dos opciones, sin cuestionarla y sin ser capaces de mirar más allá de ellas. Hay respuestas infinitas. pero debemos saber cómo plantear las preguntas”.

Siguiendo este hilo argumental, quiere mostrar el camino hacia dónde podemos guiar nuestra reflexión. Así, por ejemplo, nos cuestionaremos ¿qué sucede cuando dejamos de habitar espacios físicos públicos y pasamos a habitar espacios privados digitales? ¿a quién deberían pertenecer los datos que extraen de nosotros las tecnologías? ¿a los intereses de quién responden los algoritmos privados que gestionan la información que recibimos, con quienes nos relacionamos e incluso la gestión del espacio público de la ‘smart city’?

Durante el confinamiento por el coronavirus la sociedad ha pasado de habitar espacios públicos físicos a vivir casi exclusivamente en espacios privados digitales. Esta situación ha hecho, según Cabañes, que “se aceleren los procesos de vigilancia de datos y gobernanza algorítmica”.

Un acercamiento a las posibles respuestas

Su teoría del solucionnismo tecnocientífico afirma que en la actualidad las ciudades están conectadas a los flujos electrónicos, “mientras nos trasladamos por la ciudad generamos millones de datos: los televisores, los teléfonos, el ordenador, los cajeros, la geolocalización… Toda esta información se recopila por empresas privadas y se vende a terceros en para iniciar acciones comerciales dirigidas a la publicidad y la seguridad”, explica la filósofa.

Muchas de las decisiones que se toman hoy en día están basadas en algoritmos matemáticos que se generan a partir de la recogida de datos. Estas decisiones están automatizadas y, en algunos casos, dependen de la inteligencia artificial. Para Cabañes, los datos recogidos por los algoritmos matemáticos, claves para la toma de decisiones “están en manos de unas pocas personas que procesan esos datos y pueden poner barreras de propiedad al acceso de esta información”. Una situación que le preocupa, ya que “mientras los datos y algoritmos sean privados” se limita el acceso al conocimiento para tomar decisiones porque, en muchos casos, los datos son “incompletos, limitados o sólo correspondientes a áreas no sensibles”. Los datos están, según Eurídice Cabañes, en manos de empresas privadas de telecomunicaciones, en muchos casos transnacionales.

“Necesitamos que sea la ciudadanía quien pueda tomar las riendas del diseño urbano, si queremos que las necesidades de todos los actores sean escuchadas, sólo así, nuestras ciudades serán realmente democráticas”, concluye Cabañes. Las tecnologías pueden ser empleadas para aumentar la inclusión social y la democracia directa en la toma de decisiones sobre el espacio urbano, señala la filósofa. Para eso, será necesario que las autoridades doten de una infraestructura de telecomunicaciones pública y de calidad, “cuyos servicios de almacenamiento y gestión de la información no pasen por contratos con empresas privadas”.