
La profesora Sheila López Pérez.
16 de diciembre de 2025. ¿Puede el arte corregir simbólicamente la historia sin falsearla? ¿Puede mostrarnos no solo lo que ocurrió, sino aquello que debió haber ocurrido para que la injusticia resulte todavía más evidente? Para Sheila López Pérez, directora del Grado en Filosofía, Política y Economía de la Universidad Isabel I, la respuesta es clara: algunas obras artísticas no suavizan el pasado, sino que lo interpelan moralmente desde sus ausencias.
Su reflexión parte de Exterior noche, la miniserie dirigida por Marco Bellocchio que reconstruye el secuestro y asesinato del político italiano Aldo Moro en 1978. No se trata de una ficción cualquiera ni de una reinterpretación libre, sino de una narración profundamente fiel a los hechos que, sin embargo, introduce un gesto narrativo decisivo. La profesora López trata de mostrar al espectador, durante unos segundos, el desenlace que nunca ocurrió.
La historia de Aldo Moro
Aldo Moro fue una figura excepcional en una Italia marcada por la polarización extrema. Miembro de la Democracia Cristiana, defendió el diálogo con el Partido Comunista Italiano en plena década de los setenta, cuando los bloques ideológicos parecían irreconciliables. Su apuesta por la mediación, que definió como el compromiso histórico, lo convirtió en una figura incómoda tanto para los sectores más radicales de la izquierda como para los más conservadores de su propio partido. Ese fue, precisamente, su mayor peligro.
Como explica la profesora López Pérez, el secuestro de Moro por las Brigadas Rojas no fue casual. “El mayor daño no se inflige atacando al extremista, sino eliminando al mediador, al que demuestra que el consenso es posible”, explicó en el seminario. Durante casi dos meses de secuestro a Moro, el país entero vivió pendiente de unas negociaciones que parecían conducir a una resolución racional. Pero la historia eligió otro camino. Moro apareció muerto en el maletero de un coche, estratégicamente situado entre las sedes de la Democracia Cristiana y del Partido Comunista, “como una declaración brutal contra la posibilidad de entendimiento”, matiza la docente.
La interpretación del arte en la obra de Bellocchio
Bellocchio decide cerrar su obra con una escena ficticia que quiebra al espectador, ya que el maletero se abre y Moro está vivo. “Ha triunfado la razón. Solo después, la imagen se disuelve y la realidad irrumpe con toda su violencia”, explica Sheila López. Ese contraste, no funciona como consuelo, sino como acusación, subraya la docente. “No es una fantasía compensatoria", explica, "es una confrontación directa con el error histórico”, subraya la profesora López Pérez.
Ahí reside, precisamente, la capacidad del arte para “moralizar la historia”. No se trata de reescribirla ni de estetizar la tragedia, sino de señalar con precisión el punto en el que la historia se deshumanizó. Al mostrar lo que debió haber sucedido, la obra obliga al espectador a medir el abismo entre la razón y la barbarie, entre lo posible y lo elegido.

Imagen de Sheila López, la segunda en el lateral derecho de la imagen, durante su intervención en el seminario.
Este tipo de arte no reconcilia al público con el pasado, sino todo lo contrario, “lo deja incómodo, irreconciliado, consciente de que hubo alternativas éticas que fueron descartadas. Y es en esa incomodidad donde surge su potencia pedagógica”, detalla Sheila López, y considera que el final alternativo no opera como evasión, sino como una intensificación de la conciencia de la injusticia perpetrada.
Desde esta perspectiva, el arte no actúa como un documento neutral ni como una reproducción mimética de los hechos. “Actúa como una advertencia. Al iluminar las lógicas que condujeron a la violencia, revela también las decisiones que podrían haberse tomado y no se tomaron. Esa revelación no pertenece solo al pasado e interpela directamente al presente”, argumenta la filósofa.
Por eso, concluye la docente de la Universidad Isabel I, estas obras no nos dicen simplemente qué pasó, sino dónde no debemos volver a caer. Al mostrarnos aquello que debió haber sido, nos recuerdan que la historia nunca está cerrada del todo y que la responsabilidad moral sigue siendo nuestra.