Sheila López Pérez - Lun, 30/06/2025 - 12:29
Metáfora del fin de la historia.
Serie: 'Las ideas que nos vertebran' (XVII)
1. El origen filosófico del “fin de la historia”: Hegel y Kojève
La noción filosófica del “fin de la historia” encuentra sus raíces en la filosofía idealista alemana, específicamente en la obra de Georg Wilhelm Friedrich Hegel. Para este pensador del siglo XIX, la historia humana tiene un sentido teleológico, es decir, un propósito que se despliega a través del tiempo mediante la lucha dialéctica entre fuerzas opuestas. En su obra Fenomenología del Espíritu, Hegel explica que la historia es un proceso progresivo que culmina cuando el Espíritu (entendido como razón universal encarnada en la humanidad) alcanza plenamente su autoconciencia. Según Hegel, este punto se alcanzaría cuando surgiera un Estado racional moderno que lograra reconciliar plenamente la libertad individual con el orden colectivo. Esta reconciliación, teóricamente, pondría fin a los conflictos históricos, y marcaría una etapa estable de paz y racionalidad institucionalizada en una sociedad que habría llegado a su “fin”, a la resolución de sus contradicciones.
En el siglo XX, el filósofo ruso-francés Alexandre Kojève retomó esta idea de Hegel y la interpretó desde una perspectiva contemporánea. Kojève sugirió que el “fin de la historia” ya había comenzado a materializarse con la Revolución francesa y el surgimiento del Estado-nación liberal, especialmente bajo la figura de Napoleón. Para Kojève, la historia en su sentido hegeliano había culminado porque ya no existían grandes fuerzas opuestas radicalmente nuevas: el modelo liberal-democrático había triunfado, dejando atrás cualquier oposición significativa que pudiera cambiar la forma política de la sociedad humana. Este planteamiento de Kojève tuvo un gran impacto intelectual y preparó el terreno para futuros debates acerca de la vigencia de las antiguas grandes ideologías.
2. Francis Fukuyama: el triunfo liberal y el fin de las grandes ideologías
En 1989, ante la inminente caída del bloque soviético y la desintegración de las grandes narrativas marxistas que lo sostenían, el politólogo estadounidense Francis Fukuyama revitalizó la tesis hegeliana-kojèviana en su famoso ensayo “El fin de la historia”. Fukuyama planteó que, tras la Guerra Fría, la humanidad había alcanzado un estadio definitivo en términos políticos e ideológicos. Para él, la democracia liberal y el capitalismo de mercado no solo habían vencido al comunismo soviético, sino que se habían consolidado como el modelo universal de organización social. En su obra posterior, El fin de la historia y el último hombre (1992), Fukuyama afirmó explícitamente que la democracia liberal representaba el horizonte final de la evolución humana. Argumentaba que, aunque surgieran desafíos particulares o conflictos menores, ninguna ideología alternativa podría competir ya con la legitimidad y universalidad del liberalismo democrático.
Según Fukuyama, el mundo había dejado atrás la época de grandes enfrentamientos ideológicos porque la mayoría de las sociedades aceptarían, tarde o temprano, los valores centrales del liberalismo y la democracia. Por consiguiente, en el ámbito global se había instalado un consenso básico alrededor de la democracia representativa, los derechos humanos universales y la economía de mercado como la única alternativa sostenible a largo plazo. El triunfo liberal parecía entonces indiscutible e irreversible, y por ello Fukuyama concluía que la humanidad había alcanzado el “fin” en cuanto a las batallas ideológicas fundamentales de siglos anteriores. A partir de allí, el desarrollo histórico ya no sería determinado por choques entre sistemas ideológicos radicalmente opuestos, sino por ajustes internos menores en un mundo esencialmente democrático-liberal.
3. Las críticas y límites del fin de la historia: Derrida y las voces disidentes
La tesis de Fukuyama no estuvo exenta de críticas. Desde posiciones filosóficas diferentes, algunos autores plantearon objeciones profundas al optimismo liberal de Fukuyama. Por ejemplo, Jacques Derrida, desde una perspectiva crítica e influida por el legado marxista, argumentó que la idea del fin de la historia era prematura y que las luchas ideológicas seguían vigentes bajo nuevas formas. Para Derrida, las fuerzas históricas, lejos de haberse detenido, se transformaban y multiplicaban en forma de nuevas resistencias y conflictos identitarios, sociales y culturales. En su texto Espectros de Marx, Derrida afirmó que la historia no podría acabar mientras existiesen injusticias, desigualdades y opresiones significativas que movilizaran nuevas formas de pensamiento crítico y resistencia.
Del mismo modo, Bernard Bourgeois y otros pensadores señalaron que la lectura kojèviana y fukuyamiana simplificaba en exceso a Hegel, ya que la dialéctica histórica no podía detenerse mientras persistieran contradicciones materiales y sociales profundas. Además, desde enfoques empíricos recientes, algunos pensadores han indicado que la democracia liberal no es necesariamente un estado estable ni definitivo, y que las autocracias y nuevas formas políticas híbridas persisten y seguirán existiendo durante mucho tiempo. La estabilidad y universalidad del liberalismo democrático, por lo tanto, no parecen estar aseguradas ni exentas de fuertes desafíos internos y externos.
4. Posmodernidad y fragmentación ideológica: un panorama contemporáneo más complejo
En las últimas décadas, hemos observado cómo las ideologías tradicionales han sufrido mutaciones profundas. Ya no se enfrentan de manera frontal grandes bloques como capitalismo y comunismo. En cambio, proliferan discursos particulares y locales que expresan sus reivindicaciones culturales, ecológicas, étnicas y de género. Esta fragmentación ideológica ha sido interpretada desde la filosofía posmoderna como la disolución de los grandes relatos históricos universalistas en favor de una pluralidad de narrativas más pequeñas y situadas. El panorama político actual, entonces, aparece marcado por la coexistencia y el conflicto de estas múltiples formas de identificación y resistencia, que escapan a las grandes categorías del siglo XX.
Este nuevo escenario ideológico, que es plural y descentralizado, no permite sostener que vivamos el fin de las ideologías en un sentido amplio. Más bien, estamos en una fase donde las ideologías tradicionales se han fragmentado y rearticulado en microideologías específicas. Desde esta perspectiva, y aunque pueda considerarse que la democracia liberal domina el ámbito global, esta hegemonía no es tan homogénea como se pretende ni está exenta de tensiones. Así, más que el fin de la historia, podríamos estar viviendo un momento de intensa reconfiguración ideológica que plantea nuevos retos para la comprensión filosófica y política del presente y del futuro.
5. Conclusión: ¿“fin” de la historia o “transformación” de la historia?
La tesis del fin de la historia y del fin de las ideologías debe ser entendida de manera crítica y cuidadosa. Si bien Fukuyama señaló acertadamente la caída de las grandes narrativas globales del siglo XX, su diagnóstico sobre la estabilidad definitiva del liberalismo democrático parece demasiado optimista y apresurado. La historia sigue viva, las ideologías siguen transformándose y los conflictos emergentes invitan a pensar críticamente el presente. Más que un fin absoluto, quizá estemos enfrentando una transformación histórica que requiere nuevas herramientas filosóficas capaces de interpretar un mundo más complejo, plural y contradictorio.
Editor: Universidad Isabel I
ISSN: 3020-1411
Burgos, España
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