Ildefonso Álvarez Marín - Jue, 25/11/2021 - 09:00
Imagen en blanco y negro difuminada de una mujer de fondo y un puño en primer plano.
Serie: 'Neurociencia Educativa' (XXI)
Las investigaciones científicas realizadas en los últimos años corroboran la existencia de una base neurobiológica en la aparición y en el desarrollo de la violencia (Moya et al., 2017). Los estudios de Tovar y Ostrosky-Solís (2013) confirman que el comportamiento agresivo de tipo impulsivo se relaciona con la actividad de la corteza prefrontal. El sistema límbico también intervendría, dado su papel en la regulación de las emociones.
En el caso de las personas que ejercen violencia de género, aparecen deficiencias en sus funciones ejecutivas: presentan dificultades para establecer nuevos repertorios de conducta, tienen limitada su creatividad, evidencian falta de flexibilidad cognitiva e incapacidad para reconocer y modificar ideas negativas (Salas Picon y Cáceres Duran, 2016).
Todos estos déficits conducirán a que, en una situación de conflicto en la pareja, el maltratador no sea capaz de anticipar los efectos nocivos del incremento de su irritabilidad y no disponga de estrategias cognitivas para comprender el punto de vista de la pareja e interrumpir el proceso que, muy probablemente, acabará en violencia. La teoría de la mente está estrechamente relacionada con esta sucesión de acontecimientos al hacer referencia a la capacidad del ser humano para comprender que sus ideas y sus gustos no tienen por qué coincidir con los del resto de las personas con las que se relaciona, ni necesariamente han de ser los correctos. El papel de la corteza prefrontal es fundamental en el desarrollo de esta destreza ya que permite la descentralización del pensamiento.
Cualquier estímulo que provoque una emoción intensa activará el sistema límbico (hipocampo, amígdala, tubérculos mamilares) y, sin el freno de la reflexión propia del funcionamiento correcto de la corteza prefrontal, puede desembocar en una respuesta violenta desproporcionada. El ciclo de la violencia de género, en su concepción más escueta, sigue tres etapas: incremento de la tensión, episodio de violencia y luna de miel. Es en la fase de incremento de la tensión en la que un programa de intervención centrado en el reforzamiento de las funciones ejecutivas puede resultar eficaz para evitar comportamientos violentos. Programas basados en el fomento de la actividad física y en entrenamiento computarizado han demostrado su eficacia en áreas como la velocidad del procesamiento de la información, la planificación de la conducta o la disposición de estrategias de control (Romero López et al., 2017).
Referencias bibliográficas
Moya, L., Sariñana, P., Vitoria, S. y Romero, A. (2017). La neuro-criminología como disciplina aplicada emergente. Vox Juris, 33(1), 15-20.
Romero López, M., Benavides Nieto, A., Fernández Cabezas, M. y Pichardo Martínez, M. C. (2017). INTERVENCIÓN EN FUNCIONES EJECUTIVAS EN EDUCACIÓN INFANTIL. International Journal of Developmental and Educational Psychology. Revista INFAD de Psicología., 3(1), 253. https://doi.org/10.17060/ijodaep.2017.n1.v3.994
Salas Picon, W. M. y Cáceres Duran, I. R. (2016). Executive functions in partner violence: A Neurocriminological perspective/Funciones ejecutivas en la violencia de pareja: una perspectiva Neurocr
iminológica. REVISTA ENCUENTROS, 15(1), 47–60. https://doi.org/10.15665/re.v15i1.634
Tovar, J. y Ostrosky-Solís, G. (2013). Déficit prefrontal en psicópatas: revisión. Mentes criminales: ¿Eligen el mal? Estudios de cómo se genera el juicio moral (1 ed.). Manual Moderno. ISBN 978-607-448-344-4
Editor: Universidad Isabel I.
ISSN 2697-0481
Burgos, España.
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