
15 de mayo de 2025. En pleno 2025, la inteligencia artificial ha dejado de ser una promesa futurista para convertirse en una realidad tangible que transforma profundamente el ejercicio profesional de la abogacía. Si bien la IA trae consigo una batería de herramientas que mejoran la eficiencia en la práctica jurídica, también plantea retos de gran calado ético, legal y técnico. María Cristina Lorente, directora del Máster Oficial en Ejercicio de la Abogacía y la Procura de la Universidad Isabel I, alerta sobre la necesidad de una integración responsable de estas tecnologías en el día a día del sector legal. Sus disertaciones se recogen en un artículo publicado en la revista Derecho y Economía de la Integración, a tenor de la II Jornada sobre Derecho e Inteligencia Artificial de la Universidad Isabel I.
¿Qué es realmente la inteligencia artificial?
Aunque el término inteligencia artificial (IA) nació en 1956, su presencia en la vida cotidiana se ha intensificado recientemente. Según el Parlamento Europeo, la IA es la capacidad de las máquinas para replicar habilidades humanas como el razonamiento, el aprendizaje o la creatividad. Para el Instituto Nacional de Ciberseguridad, se trata de sistemas capaces de procesar grandes cantidades de datos y generar decisiones, predicciones o contenidos.
La nueva legislación europea define la IA como sistemas con distintos niveles de autonomía, diseñados para adaptarse y generar resultados que pueden influir en entornos físicos o digitales. Dentro de este espectro, se distinguen tres grandes tipos: la IA estrecha o específica (como los algoritmos de recomendación), la IA general (más cercana a la inteligencia humana), y la superinteligencia artificial, aún en fase teórica.
Especial atención merece la IA generativa, como ChatGPT, que permite crear texto, imágenes o código, y que ha entrado con fuerza en los despachos jurídicos.
El impacto de la IA en el mundo legal
Los datos hablan por sí solos. Según el informe “Future Ready Lawyer 2024” de Wolters Kluwer, el 76% de los profesionales del Derecho en departamentos jurídicos y el 68% en despachos ya utilizan IA generativa con frecuencia. Más de un tercio lo hace a diario, y un alto porcentaje planea aumentar su inversión en esta tecnología.
Las ventajas son evidentes: automatización de tareas repetitivas, análisis de jurisprudencia, revisión de contratos, predicción de sentencias... Esto se traduce en una mejora en la eficiencia, ahorro de tiempo y capacidad para centrarse en estrategias jurídicas o en la atención al cliente.
Sin embargo, la profesora Lorente advierte que esta adopción no está exenta de riesgos. Los sistemas de IA pueden generar errores, sesgos o “alucinaciones” (contenidos falsos generados por el modelo como si fueran ciertos), lo que obliga al profesional del Derecho a extremar la precaución.
Nuevas apuestas éticas y jurídicas
Con el uso de IA, el abogado no solo debe actualizar sus conocimientos técnicos, sino también ser consciente de su responsabilidad profesional. Lorente subraya que el uso de estas herramientas no exime del cumplimiento del Estatuto General de la Abogacía, ni de las posibles responsabilidades civiles, penales o disciplinarias derivadas de un mal uso.
Los Colegios de Abogados y los tribunales pueden imponer sanciones que van desde apercibimientos hasta la expulsión del ejercicio profesional. Esta responsabilidad también alcanza a los tutores de prácticas y a los abogados no ejercientes en determinadas circunstancias.
Uno de los aspectos más sensibles es la protección de datos. La abogacía, por la naturaleza confidencial de su trabajo, debe tener especial cuidado al introducir información de clientes en sistemas basados en IA. Es esencial valorar quién puede tener acceso a esa información, directa o indirectamente.
Claves para un uso responsable
Lorente propone algunas recomendaciones clave para un uso profesional y ético de la IA en el ámbito jurídico:
Formación y competencia técnica: El profesional debe comprender cómo funciona la IA, sus límites y sus potenciales sesgos.
Confidencialidad: Es vital proteger los datos del cliente y evitar exponerlos a riesgos innecesarios.
Transparencia: Informar al cliente sobre el uso de IA y obtener su consentimiento.
Verificación y revisión: Contrastar los resultados generados por la IA y no tomar decisiones jurídicas basadas únicamente en ellos.
Una tecnología imparable que requiere criterio humano
La conclusión es clara: la inteligencia artificial ha llegado para quedarse y marcará el futuro de la abogacía. Pero no es una varita mágica. Requiere un uso diligente, formación continua y un firme compromiso con la ética profesional.
La adaptación del sector legal no es opcional. Como afirma Lorente, los abogados deben ser capaces de utilizar las nuevas tecnologías para mejorar su desempeño, sin delegar en ellas el juicio crítico ni el control último sobre las decisiones jurídicas. Solo así podrán garantizar que el derecho de defensa no se vea comprometido en esta nueva era digital.