Árbol de aguacates

Aguacatero, también conocido como Persea, con frutos madurando en el árbol.

1 de agosto de 2025. El aguacate, a menudo aclamado por sus propiedades nutricionales, está en el punto de mira por su impacto medioambiental. Así lo expone el profesor Álvaro Bayón, docente del Máster en Divulgación Científica de la Universidad Isabel I, en un artículo publicado en la revista Yorokobu. Bajo el título “El aguacate tiene muchas propiedades, pero su huella hídrica no está entre ellas”, Bayón lanza una advertencia clara: cultivar aguacates en zonas secas es una práctica que desafía los límites de la sostenibilidad.

En su artículo, Bayón desglosa con precisión científica el coste hídrico del cultivo de este fruto tropical, cuya popularidad se ha disparado en la última década. Mientras que la mayoría de frutas presenta una huella hídrica que oscila entre 200 y 400 litros de agua por kilo, el aguacate puede requerir hasta 2 000 litros para producir la misma cantidad. Esta cifra, muy por encima de la media, es especialmente preocupante en regiones como el sur de España, donde escasea el recurso hídrico.

Bayón contextualiza el problema dentro del consumo de agua en España. De los 6 700 litros de agua que una persona consume diariamente, apenas un 2 % corresponde al uso doméstico. La mayor parte proviene del consumo alimentario, y en este sentido, el aguacate —al igual que la carne de vacuno, los productos lácteos o ciertos aceites— representa una carga significativa para el medio ambiente.

Estrés hídrico de los cultivos en España

El artículo también ofrece una panorámica del auge del aguacate en España desde los años 90, destacando su implantación en zonas como Granada, Málaga y Canarias. Estas áreas, pese a tener un clima favorable en cuanto a temperaturas, sufren escasez de lluvias y una irregularidad creciente de sus recursos hídricos. “El cultivo de aguacates en el sudeste español requiere alrededor de 8 millones de litros de agua por hectárea al año”, señala Bayón. Sin embargo, en muchos casos los árboles reciben un 20 % menos de esa cantidad, lo que provoca un rendimiento menor y un estrés hídrico constante en las plantas.

Más allá de los datos técnicos, Bayón apunta a las consecuencias ecológicas de este tipo de agricultura intensiva: degradación de cuencas hidrográficas, pérdida de suelo fértil, alteraciones en los ecosistemas marinos y un riesgo creciente de desertificación en zonas ya vulnerables. "El aguacate es, al fin y al cabo, una planta tropical adaptada a entornos húmedos. Su traslado forzado a regiones cálidas pero áridas requiere ajustes artificiales que elevan su impacto ambiental", concluye.

Lejos de demonizar el consumo del "oro verde", el artículo de Álvaro Bayón invita a una reflexión crítica sobre la sostenibilidad de nuestras elecciones alimentarias. En un contexto de emergencia climática y creciente escasez de recursos, cultivar aguacates en zonas áridas puede convertirse en un lujo ambiental difícil de justificar.