Tara Alonso del Hierro Trabajadora de la Universidad Isabel I
Mié, 08/03/2017 - 17:18

«2017 comienza con la peor cifra de mujeres muertas por violencia machista desde el año 2009» (El País).

«Cinco crímenes machistas en 48 horas» (El Periódico).

«Un hombre con una orden de alejamiento asesina a su mujer en Santa Perpetua» (El País).

Cada mañana, cada noche, estos son algunos ejemplos de lo que nos encontramos habitualmente en la prensa; ya forman parte de nuestra vida diaria. Puede sonar duro o triste leer este tipo de normalización en relación con una conducta delictiva y totalmente reprobable, pero vivimos en sociedad y esta por sí misma conlleva intrínsecamente el delito en su esencia.

En este caso particular, la violencia de género, el crimen se ha tipificado y penado específicamente, se ha dado forma y nombre al mismo. Esto, junto a la cantidad de crímenes machistas que se están llevando a cabo en nuestro país, hace que la violencia de género sea a día de hoy muy notoria.

Por los tintes que este tipo de crímenes llevan consigo (la desigualdad mujer-hombre, la sociedad patriarcal, el poder ejercido por el hombre sobre la mujer, etc.) se hacen aún más visibles y provocan un gran rechazo. No es fácil entender o comprender el porqué de un crimen, menos aún si a día de hoy conlleva tintes de desigualdad de género, pero creo que hay que partir de la base de que todo ser humano tiene capacidad de delinquir y cualquiera de nosotros puede llegar a ser «ese delincuente» sobre el que leemos o escuchamos a menudo, no podemos afirmar rotundamente «de esta agua no beberé».


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Parece muy categórica esta afirmación, pero a raíz de mis estudios académicos y de mi experiencia personal y profesional, aprendí que el ser humano en función de sus circunstancias es muy cambiante e incluso vulnerable. Siendo terapeuta de un grupo de agresores de género en la Universidad Complutense de Madrid, en el Programa para el Tratamiento Psicológico de estos agresores que dirige José Luis Graña, me encontré con personas que podríamos ser cualquiera de nosotros, con unas circunstancias de vida determinadas, unos rasgos de personalidad específicos y unas carencias conductuales y cognitivas concretas; no suena extraño, ¿verdad?

Mientras completaba mis estudios e iba aprendiendo y descubriendo todos estos entresijos sobre el ser humano sentí miedo, miedo a nuestra vulnerabilidad y a la poca capacidad que en ocasiones tenemos del control de nuestra conducta. Es cierto que al comportamiento delictivo, mejor dicho, a la mayor probabilidad de aparición de dicho comportamiento en un ser humano hay asociados ciertos factores que se han estudiado durante años (familiares, relacionales, marginales, emocionales, etc.), pero esto no implica su exclusividad, tenemos que tener en cuenta que una de las principales complicaciones del estudio de la conducta humana es su variabilidad.

Toda esta reflexión va encaminada a la comprensión y al entendimiento de la conducta de agresión de género, que no a su justificación, ya que como bien afirmó José Luis Graña (catedrático de Psicología Clínica) en una entrevista concedida a El Mundo, «todos podemos ser agresores».

Esta comprensión de la que hablo nos tendría que llevar a tomar medidas protectoras, preventivas y de educación en relación con la violencia de género; sé que se ha repetido en numerosas ocasiones, pero creo que esta vía de actuación es la más fructífera a largo plazo. La punición y el castigo están muy bien como forma de castigo positivo para el delincuente y como forma de resarcimiento hacia la víctima y hacia los familiares de la misma. Esto no quiere decir que sea una medida a desechar, sino a modificar y mejorar, ya que desde hace muchos años el condicionamiento operante de Skinner nos enseñó lo útil y valioso que es el aprendizaje mediante refuerzos y castigos, pero actualmente podemos comprobar que el sistema penitenciario español tiene sus límites y, aunque va enfocado a la reinserción social, no está preparado para conseguir este fin por ahora.

La educación en la igualdad, la resolución de conflictos alternativos a la violencia, los programas de tratamiento sustitutivos a la entrada en prisión (en los casos menos graves) que eviten el contagio criminal y enseñen/eduquen a estos agresores en relación con aquellas carencias (conductuales, cognitivas, emocionales, relacionales, etc.) que suelen poseer y tener en común todos aquellos hombres que acuden a la vía judicial por haber cometido este tipo de delitos tendrían que ser parte de los objetivos principales de las políticas criminales que se pongan en marcha hoy en día.

PREVENCIÓN, EDUCACION y REINSERCIÓN.

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