María Penado Directora del Grado en Psicología
Lun, 08/03/2021 - 12:50

No mas Matildas. Parte del vídeo de la asociación

      No más matildas. Fuente AMIT y de la agencia GettingBetter.

Mucho se habla de los descubrimientos y avances protagonizados por los hombres a lo largo de la historia. Desde las virtudes de Leonardo da Vinci como hombre del renacimiento hasta los descubrimientos de Santiago Ramón y Cajal o Einstein nadie nunca ha puesto en duda la autoría de sus contribuciones y la valía de sus aportaciones.

Junto con el reconocimiento de la labor desarrollada por los hombres se ha producido durante todo este tiempo una tendencia a minusvalorar las contribuciones realizadas por sus contemporáneas femeninas, las cuales, con avances igual o incluso más importantes, han pasado desapercibidas o incluso olvidadas en la historia de la ciencia.

Este perjuicio alcanza su punto máximo cuando una contribución realizada por una mujer es atribuida a su contemporáneo masculino, ya sea su marido o compañero de trabajo, generando el llamado efecto Matilda.

El término efecto Matilda ha sido acuñado en 1993 por la historiadora Margaret W. Rossiter para denominar el prejuicio en contra de reconocer los logros de las mujeres científicas, cuyos trabajos y aportaciones se atribuyen erróneamente a sus colegas masculinos.

Recibe el nombre de la sufragista y abolicionista Matilda Joslyn Gage, activista norteamericana, luchadora del sufragio femenino, librepensadora y autora política que utilizó el término en su ensayo 'La mujer como inventora' y que “nació con un odio hacia la opresión

Quizás el ejemplo más llamativo de este fenómeno lo encontremos en la figura de Marie Curie (1867-1934), científica polaca de nacionalidad francesa y primera persona – hombre o mujer - en recibir dos premios Nobel en dos especialidades distintas (Física y Química).

Los efectos de la desigualdad en las aportaciones de Marie Curie son fácilmente constatables, con notables dificultades a los inicios de su carrera para poder trabajar en unas instalaciones mínimamente equipadas. A pesar de las dificultades recibe el premio Nobel de Física en 1903 por sus descubrimientos sobre la radiación, galardón que iba a ser entregado exclusivamente a su marido Pierre Curie y a Henri Becquerel. Ante la negativa de su marido de aceptar el premio si no se incluía a su mujer finalmente la academia sueca reconoció la labor de los tres investigadores, incluyendo a Marie Curie, pero no dividió el importe en tres partes, sino en dos.

La discriminación a la labor de Marie Curie no termina allí, continuando incluso cuando se le concede el segundo premio Nobel, en 1911, cuando ya había fallecido su marido. En esta ocasión se reconoce su descubrimiento de los elementos radio y polonio como merecedores del premio nobel de química, recibiendo una carta de la organización en la que se le comunicaba que si hubiese mantenido una relación posterior con otro hombre no le hubiesen otorgado el Premio Nobel.

A pesar de las discriminaciones sufridas Maria Salomea Skłodowska siempre defendió la valía del talento independientemente del sexo del científico o descubridor, convirtiéndose en una auténtica abanderada del movimiento feminista al afirmar “Nunca he creído que por ser mujer deba merecer tratos especiales. De creerlo estaría reconociendo que soy inferior a los hombres, y yo no soy inferior a ninguno de ellos”.

La discriminación y olvido de la aportación femenina a la ciencia no se limita a la figura de Marie Curie, siendo múltiples los ejemplos de científicas femeninas que carecen del reconocimiento merecido y del que si que gozaron sus compañeros.

Isabella Karle, Gerty Cori, Lise Meitner no son tan reconocidas como Edmund B. Wilson, James Watson y Francis Crick u Otto Hahn pero sin ellas no sabríamos que el sexo está determinado por los cromosomas X e Y, la estructura del ADN ni como se produce la fisión nuclear.

Además de en la ciencia el efecto Matilda se extiende a otras áreas de creación intelectual o artística, fomentando una discriminación histórica hacia la mujer.

Muere lentamente

quien se transforma en esclavo del hábito,

repitiendo todos los días los mismos trayectos,

quien no cambia de marca.

No arriesga vestir un color nuevo y no le habla a quien no conoce.

Muere lentamente

quien hace de la televisión su gurú.

Muere lentamente

quien evita una pasión,

quien prefiere el negro sobre blanco

y los puntos sobre las “íes” a un remolino de emociones,

justamente las que rescatan el brillo de los ojos,

sonrisas de los bostezos,

corazones a los tropiezos y sentimientos.

Muere lentamente

quien no voltea la mesa cuando está infeliz en el trabajo,

quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño,

quien no se permite por lo menos una vez en la vida,

huir de los consejos sensatos.

Muere lentamente

quien no viaja,

quien no lee,

quien no oye música,

quien no encuentra gracia en si mismo.

Muere lentamente

quien destruye su amor propio,

quien no se deja ayudar.

Muere lentamente,

quien pasa los días quejándose de su mala suerte

o de la lluvia incesante.

Muere lentamente,

quien abandona un proyecto antes de iniciarlo,

no preguntando de un asunto que desconoce

o no respondiendo cuando le indagan sobre algo que sabe.

Evitemos la muerte en suaves cuotas,

recordando siempre que estar vivo exige un esfuerzo mucho mayor

que el simple hecho de respirar.

Solamente la ardiente paciencia hará que conquistemos

una espléndida felicidad.

Poema de Martha Medeiros atribuido erróneamente a Pablo Neruda.

 

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