Beatriz Robles Martínez - Lun, 09/01/2023 - 11:57
Mujer leyendo la etiqueta de un producto al hacer la lista de la compra.
Serie: 'Un Viaje por la Ciencia' (XXXVIII)
Recorrer los pasillos del supermercado parece que se ha convertido en una actividad de alta precisión, una tarea para la que se requiere una gran cualificación si no quieres llevarte a casa un producto que no se corresponde ni de lejos con lo que esperas. En un paseo carro en mano nos cruzamos con personas que se pasan horas mirando la lista de ingredientes, otras que van metiendo los artículos en la cesta sin interés o las que van móvil en mano escaneando cada producto con la última aplicación para, a continuación, devolverlo con desaprobación a la estantería o exonerarlo con gesto de alivio. Es una realidad: nos cuesta interpretar el etiquetado alimentario. Y es una realidad injusta, porque pone en los consumidores la responsabilidad de formarse por su cuenta para poder hacer elecciones alimentarias informadas. Hablando de productos de consumo diario y que tienen un impacto sobre la salud es inaceptable y ahonda en la desigualdad, porque hace inaccesible la información para una buena parte de la sociedad que, como siempre, es la más vulnerable (la que tiene menos recursos -menos tiempo, menos renta-, y más obligaciones familiares o laborales).
Sin embargo, no es que el etiquetado alimentario sea una ciudad sin ley en la que todo vale. Al contrario, tenemos numerosas normas tanto europeas como nacionales que afectan a todos los productos en general o a alimentos en particular. Pero el problema no suele ser la información alimentaria obligatoria, sino todos los reclamos que se exhiben de forma voluntaria y que sepultan a la primera, escondiéndola para que cueste encontrarla cuando es la que más nos interesa a los consumidores.
La buena noticia es que hay formas de esquivar esos ganchos publicitarios, aunque para ello hay que saber cómo funcionan y seguir unos pasos.
Información que no te interesa
Entre la información voluntaria encontramos una parte de ella regulada y otra no regulada, pero la realidad es que casi toda sirve como disfraz para llamar tu atención sobre determinados aspectos de los alimentos y despistarte de la información importante.
Entre la regulada, la más exitosa son las declaraciones nutricionales y las de propiedades saludables. Las primeras hacen alusión a la presencia, ausencia o variación en un nutriente. Parece muy técnico, pero son esas menciones que hablan de que es “alto en calcio”, “fuente de proteínas” o “bajo en grasa”. Las segundas relacionan el alimento o un nutriente con un beneficio sobre la salud, por ejemplo “el calcio contribuye al mantenimiento normal de los huesos”. No es que sean mentira, de hecho están reguladas y tienen que ser previamente aprobadas, pero el truco está en que pueden hacerse simplemente por contener un nutriente en cantidad suficiente y no valoran el alimento en su conjunto. De ahí que las encontremos en bollería, platos precocinados o lácteos cargados hasta arriba de azúcar.
En cuanto a la no regulada, el límite es la imaginación del fabricante. Menciones como “casero”, “mediterráneo”, “sostenible”, “artesano”, “natural”...no tienen ningún soporte legal o lo que es lo mismo: no significan nada. Están completamente vacías. Pero consiguen captar tu atención y diferenciarse del alimento de la competencia. Otra versión es destacar la ausencia de algún compuesto, ya sea “sin aditivos”, “sin organismos genéticamente modificados” o “sin antibióticos”. Algo que no tiene ningún sentido porque no se puede enumerar todo lo que un alimento no contiene. Y, si quieren jugar esa liga, que empiecen destacando que no contienen cianuro, uranio empobrecido u opiáceos, ¿por qué no?
En definitiva, dime de lo que presumes...
Lineal del supermercado.
Pasos para leer las etiquetas
Por suerte vamos a encontrar la información obligatoria siempre en todos los alimentos (salvo algunas excepciones). Aquí tienes unas pautas sencillas para encontrar la que más te interesa:
- Denominación de venta: es la que describe de verdad al alimento. Puede ser una denominación legal, descriptiva o que se use tradicionalmente. No tiene por qué estar destacada, pero puedes encontrarla generalmente en la parte trasera del envase, delante de la lista de ingredientes. Es lo que te va a permitir diferenciar si lo que compras es “queso” o “sucedáneo lácteo” o entre el “jamón cocido” y el “fiambre de magro cocido”.
- Lista de ingredientes: se enumeran en orden decreciente, así que los primeros son los que están en mayor proporción. ¿En tu chocolate el primer ingrediente es el azúcar? Ya sabes que tiene más azúcar que manteca de cacao.
- Cantidad de los ingredientes destacados: si en el envase aparece algún ingrediente como protagonista, ya sea que se destaque con palabras o con imágenes, en la lista de ingredientes aparecerá su porcentaje (salvo algunas excepciones). Échale un ojo, porque puedes encontrarte con que tu ensalada de cangrejo no tiene ni un 1% de este marisco o con que el yogur con fresas tiene un 5 % de fresas. Porque legalmente no hay establecida una proporción mínima para poder destacarlo, así que cuidado.
- Tabla de valores nutricionales: aunque sea lo primero en lo que nos fijamos, intenta evitarlo. De poco nos sirve saber el valor energético, si no tenemos en cuenta de dónde vienen esas kilocalorías. Lo mismo ocurre con los azúcares, que no desglosan sin son libres o intrínsecos. O con las grasas, que si proceden del aceite de oliva virgen extra o de los frutos secos son perfectamente saludables. Puedes quedarte, eso sí, con la cantidad de sal: si está por encima de 1g/100g en los sólido o de 0,8g/100 ml en los líquidos, tiene una cantidad alta.
Seguramente incluso siguiendo estos pasos habrá alimentos insanos que se nos cuelen en la cesta de la compra y sin duda lo ideal sería que las etiquetas fueran fácilmente entendibles por el consumidor medio. Pero hasta que se aborde seriamente este problema (y tiene que ser desde la Unión Europea), tener algunas herramientas nos ayudará a estar mejor informados. Porque las elecciones alimentarias solo pueden ser libres si se hacen con información de calidad.
Editor: Universidad Isabel I
ISSN 2792-1808
Burgos, España
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