Sheila López Pérez Directora del Grado en Filosofía, Política y Economía
Jue, 07/03/2024 - 17:49

Mujer trabajadora

Mujer trabajadora.

Serie: 'Gestión de Talento y Personas en la Era Digital' (LX)

La relación entre capitalismo, trabajo y feminismo es compleja y ha sido objeto de debate dentro de los estudios de género de las últimas décadas. No hay una única perspectiva sobre esta relación debido a que el feminismo se deslinda en una variedad de corrientes y enfoques que difieren en su concepción de estos términos -capitalismo, trabajo, feminismo-. Sin embargo, sí podemos esbozar unas líneas generales que nos permitan acercarnos a la relación entre capitalismo y feminismo y, así, poder abordar la realidad de la inserción laboral de la mujer en el mercado actual.

A grandes rasgos y con muy pocas excepciones, el feminismo ha trazado una relación directa entre capitalismo y patriarcado y ha criticado al primero por perpetuar y agravar las desigualdades de género provenientes del segundo. Se señala correctamente, basándonos en los últimos estudios de la Organización Internacional del Trabajo (2023), que las mujeres ganan menos que los hombres por el mismo trabajo y que están subrepresentadas en puestos de liderazgo y en roles afamados o bien remunerados. Además, la división del trabajo en la que se basa el sistema capitalista ha desembocado en que las mujeres realicen la mayor parte del trabajo de cuidado no remunerado, lo que ha limitado la posibilidad de una inserción plena y digna en el ámbito laboral.

En esta línea, algunas críticas han denunciado que la inserción de las mujeres en el ámbito laboral se ha cooptado por intereses corporativos, dando lugar a lo que se conoce como “feminismo corporativo”, en el cual las empresas adoptan la retórica feminista sin abordar de manera efectiva las desigualdades estructurales.

Feminismo corporativo

Estas críticas sostienen que el feminismo corporativo es una forma de cooptación del movimiento feminista por parte de empresas con fines lucrativos. En esta línea, se argumenta que las empresas pueden adoptar pseudoprácticas aparentemente “feministas” para mejorar su imagen pública o aumentar sus ganancias, en lugar de abordar cambios reales y significativos en la persecución de la igualdad.

Esta crítica incide en que las políticas y programas de igualdad adoptados por las empresas bajo el paraguas del feminismo corporativo suelen ser superficiales y cosméticos. Es decir, se centran en medidas simbólicas o de bajo impacto que no abordan las estructuras y sistemas subyacentes a la desigualdad.

También se argumenta que el feminismo corporativo sirve para perpetuar el statu quo, en lugar de desafiar activamente las normas y prácticas que sostienen la desigualdad de género. En lugar de impulsar un cambio sistémico, las empresas simplemente se adaptan a las corrientes sociales existentes mientras mantienen estructuras de poder y privilegio.

Asimismo, se denuncia que el enfoque del feminismo corporativo tiende a individualizar la responsabilidad del cambio, haciendo hincapié en las acciones que las mujeres deben abordar para adaptarse y avanzar en entornos laborales en lugar de erradicar las estructuras organizacionales y culturales que perpetúan la desigualdad.

Posibles abordajes

Para abordar estos problemas, muchas corrientes feministas han adoptado un enfoque interseccional, reconociendo que la explotación de las mujeres está entrelazada con otras formas de opresión como la clase social, la raza o la orientación sexual. Esto significa que no se trata tanto de buscar los rasgos que les unen en sus opresiones particulares como de localizar al enemigo común: un mundo capitalista inhumano y sanguinario. Este enfoque interseccional se centra, por ende, en la forma en que las estructuras patriarcales capitalistas hacen uso de cualquier forma de explotación que les permita seguir teniendo el poder: colonialismo, racismo, machismo, corporativismo, heteronormatividad, etc.

De entre las diferentes opiniones que existen en los colectivos feministas, las feministas socialistas coinciden, aunque sólo sea en parte, con las feministas radicales en que el fin del capitalismo no significaría una transformación de la ideología patriarcal. Hay demasiadas asunciones insertadas en el estrato más íntimo de nuestra conciencia como para que se evaporen cambiando la distribución de la sociedad. Las feministas marxistas, en cambio, parecen achacar la totalidad de los males que padecen las mujeres al capitalismo, con cuya desaparición desaparecerían, en su opinión, los primeros. Zillah R. Eisenstein definió estas corrientes de la siguiente manera:

El análisis marxista busca una explicación histórica de las relaciones de poder existentes en términos de las relaciones económicas de clase, mientras que el feminismo radical se ocupa de la realidad biológica del poder. El feminismo socialista, por su parte, analiza el poder en términos de sus orígenes de clase y de sus raíces patriarcales. En un análisis de este tipo, ni el capitalismo ni el patriarcado resultan sistemas autónomos o idénticos sino que son, en la forma que cobran actualmente, mutuamente dependientes (Eisenstein, 1980: 33)

Generalmente, el feminismo marxista comienza su análisis del patriarcado a partir del siglo XVIII, con la creación de la familia nuclear en la incipiente sociedad industrial. De tal modo, al obviar el estudio de las explotaciones que las mujeres han sufrido anteriormente, obligan a deducir que el capitalismo es el único o principal causante de todas las desgracias femeninas, sin tener en cuenta que la “condición de ser mujer” y su discriminación viene de mucho más atrás que el siglo XVIII y de mucho más allá que el ámbito laboral y/o económico.

Las feministas marxistas, por contra, critican a las feministas socialistas poner el acento en las cuestiones superestructurales. Les reprochan que se refieren casi exclusivamente al patriarcado como conjunto de cuestiones simbólicas o idealistas: leyes, religión, usos, costumbres, mitos o tabúes, y no saben analizar debidamente la relación entre materialismo -posición laboral-económica- e idealismo -posición simbólica en la sociedad-.

De este modo, la dilucidación de la pregunta “¿las mujeres están realmente insertadas en el ámbito laboral?” es más compleja que las respuestas “sí” y “no”. Las mujeres, efectivamente, están dentro del ámbito laboral. No obstante, no lo están ni con plenas garantías, ni con igual reconocimiento, ni con el mismo esfuerzo empleado.

¿Qué se puede hacer ante un panorama de estas características? A nivel de Recursos Humanos se pueden emplear muchas estrategias para reducir la desigualdad de género -incentivos para la empresa en la contratación de mujeres, flexibilidad y conciliación familiar, más formación para las trabajadoras, acompañamiento personalizado, etc.-. Sin embargo, todas ellas se reducen a ser parches para una situación que, precisamente por necesitar parches, sigue siendo una situación desequilibrada. El único modo de cambiar estos intersticios es cambiar nuestra episteme, nuestra manera de pensar el mundo y a los que nos rodean, para poder cambiar nuestra praxis, nuestro modo de actuar. Solo de esta manera nuestras actuaciones no necesitarán parches que cubran las brechas existentes.

Bibliografía

Eisenstein, Z. R. (1980). Patriarcado capitalista y feminismo socialista. Madrid: Editorial Siglo XXI.

Organización Internacional del Trabajo (2023). Nuevos datos sobre las diferencias de género en el mercado laboral. 

Editor: Universidad Isabel I

ISSN 2792-1816

Burgos, España

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