Sergio Quintero Martín Profesor del Grado en Filosofía, Política y Economía
Mar, 30/12/2025 - 08:59

El arte de perder el tiempoEl arte de perder el tiempo.

Serie: 'Las ideas que nos vertebran' (XX)

Digamos que tras un largo día de clases o de trabajo queremos relajarnos, ¿qué hacemos?, ¿cómo gestionamos ese tiempo? Hoy solemos asociar el ocio a pasatiempos o entretenimiento, casi siempre en contraste con la productividad. Sin embargo, con cada vez más frecuencia esta relación ha comenzado a enturbiarse, haciendo que el ocio haya sido absorbido por una lógica de productividad, creando el monstruoso oxímoron del ocio productivo.

Los niveles de autoexigencia, hiperactividad y presión por aumentar la eficiencia en nuestro ámbito laboral y profesional han permeado y colonizado la interioridad de nuestro tiempo de ocio. Sentarse a descansar, leer un libro, meditar, ver una película, jugar un videojuego, dibujar, cocinar, hacer ejercicio o pasar tiempo con amigos, ya no es sinónimo de desconexión, sino de una oportunidad para “mejorar” de alguna manera mi productividad.

Ahora, por el contrario, debes descansar para rendir más, leer solo libros que aporten utilidad inmediata o sobre temas que mejoren tu perfil vinculados con el crecimiento personal, el liderazgo o la productividad; meditar para ser más eficiente, competir en videojuegos online, transformar pasatiempos (dibujar, cocinar, ver series o películas) en micro-trabajos o proyectos que generen resultados o visibilidad; hacer ejercicio para optimizar el cuerpo; ya no quedas con amigos, haces networking.

Incluso actividades que deberían ser libres, como viajar o descansar, se vuelven espacios donde predominan las listas de “cosas por hacer o visitar”, como si viajar hubiera quedado subordinado a una lista de verificación. Hasta tareas tan cotidianas como limpiar u ordenar la casa deben seguir una métrica para hacerlo de manera más eficiente porque, aparentemente, hay solo una forma correcta y válida de pelar una mandarina, limpiar un retrete, ordenar la compra del supermercado o cocinar el arroz. El tiempo libre se pervierte y se vuelve un período extra de formación continua autoexigida ante el miedo de “no quedarse atrás”.

Concepto etimológico de ocio

Pero la etimología y la historia del concepto de ocio revelan otra cosa muy diferente y alejada de la productividad. Si bien estamos más familiarizados con el origen latino del término otium que designaba el tiempo libre de obligaciones, y su opuesto, el negotium, que literalmente hacía referencia a la negación del ocio; el origen griego, aunque siga el mismo esquema, resulta más sugerente en esta reflexión. Los griegos empleaban el término scholé para hablar del ocio, el tiempo libre y la vida ociosa.[1] Allí donde nosotros vemos inactividad, los antiguos griegos resaltaban el tiempo dedicado al desarrollo personal y al aprendizaje. En otras palabras, vieron en el ocio la condición misma de la educación, de la filosofía y de la vida plena.

En este sentido originario, hablar de ocio no era hablar de descanso pasivo ni diversión frívola, sino de ese tiempo que, liberado de las necesidades y las preocupaciones del trabajo, permitía dedicarse a lo más propiamente humano: la contemplación, el conocimiento y la amistad. Se desconectaban del mundo para conectarse consigo mismos. A partir de aquí, podemos seguir el hilo de dos momentos cruciales en la filosofía del ocio. En primer lugar, la concepción aristotélica, que lo entiende como fin último de la vida buena. En segundo lugar, las reivindicaciones contemporáneas que, frente a la colonización del ocio por la lógica depredadora del trabajo, el rendimiento y el consumo; lo recuperan casi como derecho revolucionario.

Trabajamos para tener ocio

Sin salirnos de territorio griego, recordemos la afirmación que Aristóteles hace en Ética Nicomáquea, pues “trabajamos para tener ocio”.[2] Esta breve sentencia resume toda una concepción de la vida. El trabajo[3] (ascholia) responde a la necesidad, mientras que el ocio se ordena a la libertad. Quien trabaja satisface carencias; quien goza de ocio se dedica a lo que no tiene utilidad inmediata, pero da sentido a la existencia: el conocimiento, la contemplación de la verdad, la vida filosófica.

Este planteamiento implica una inversión respecto a la concepción moderna. Hoy pensamos que el ocio es un medio de recuperación para volver al trabajo o, en el peor de los casos como estamos experimentando actualmente, un periodo o trabajo extra. En cambio, Aristóteles creía que el trabajo era el medio para alcanzar el ocio. No porque despreciara la acción práctica o el esfuerzo, sino porque consideraba que el fin propio del ser humano no reside en la mera subsistencia, sino en el ejercicio de su facultad más elevada: la capacidad de razonar y pensar. Así, el ocio no es pasividad, sino la actividad más noble. Es el tiempo en el que la polis puede florecer culturalmente, pues de este “tiempo perdido” nacen la filosofía, las artes y la educación. El ocio es, en suma, la condición de la libertad, y la libertad es la condición de la vida buena.

El ocio en el mundo capitalista actual

Como podemos advertir en nosotros mismos, este sentido originario del ocio se ha ido perdiendo hasta casi invertirse. En el nuestro mundo capitalista, el ocio ha quedado reducido a tiempo de consumo o a un descanso funcional para sostener la productividad. El ocio ya no es libertad, sino entretenimiento prefabricado.

La Escuela de Frankfurt, con Max Horkheimer y Theodor Adorno a la cabeza, denunció en Dialéctica de la Ilustración (1944) este proceso como “industria cultural”. El tiempo libre se mercantiliza, se planifica, se convierte en espectáculo. Incluso cuando creemos descansar, reproducimos pasivamente las lógicas del consumo. Más recientemente, Byung-Chul Han ha radicalizado este diagnóstico cuando sostiene que hoy el ocio se somete a la producción de rendimiento. El descanso no supone ninguna interrupción, sino que es funcional al trabajo.[4] El ocio se mide en experiencias acumuladas, fotografías publicadas, métricas visibles. El mandato contemporáneo no es descansar, sino demostrar que descansamos productivamente.

Idea aristotélica de completar sin finalidad

De ahí que la idea aristotélica del ocio como tiempo de contemplación suene tan extraña hoy. Contemplar sin finalidad, demorarse en lo inútil, pensar sin producir: todo esto parece sospechoso en una cultura que asocia valor y eficiencia. Pero precisamente esa sospecha revela la profundidad crítica del arte de perder el tiempo que hay en el ocio. Reivindicarlo es resistir el imperativo de la hiperactividad, sustraerse al control del rendimiento, y abrir un espacio de libertad frente a la compulsión del deber-hacer.

En este punto, el ocio deja de ser un lujo individual y se convierte en una cuestión política. Paul Lafargue comienza su obra El derecho a la pereza (1880) denunciando “la extraña locura de las clases obreras, que se ha apoderado de las miserias de la producción con tanto furor que ha consumido las fuerzas y el bienestar de la humanidad”.[5] Su propuesta era radical: reducir la jornada laboral para liberar tiempo para la vida. El ocio debía ser entendido no como privilegio aristocrático, sino como derecho de todos. Por su parte, Bertrand Russell, en su ensayo Elogio de la ociosidad (1932), continuó esa línea al afirmar que “sin la clase ociosa, la humanidad nunca hubiese salido de la barbarie”.[6] Russell subrayaba que el progreso de la humanidad depende menos del trabajo incesante que de la capacidad de disponer de tiempo libre. Sin ocio, no hay ciencia, ni arte, ni filosofía. La idea no es simplemente garantizar tiempo para descansar, sino abrir un espacio vital para el cuidado, la contemplación, la creación y la participación social. El ocio, en esta clave, se convierte en derecho revolucionario: no mera ausencia de trabajo, sino condición de posibilidad de una vida verdaderamente humana.

Reivindicar el ocio

Con todo, sería ingenuo idealizar el ocio como si fuera siempre emancipador. Al igual que el aburrimiento, tiene un rostro oscuro. En contextos de desigualdad, el ocio puede degenerar en ocio forzado o en ocio vacío, atrapado en la lógica del consumo. El ocio solo es fértil cuando se inscribe en condiciones materiales y sociales que lo sostienen. De lo contrario, puede convertirse en tedio, apatía o simple espectáculo. Por eso, reivindicar el ocio implica también transformar las estructuras que lo hacen posible. No basta con liberar horas: es necesario liberar el tiempo de la colonización de la productividad para abrirlo al cuidado, al pensamiento y a la creación. El ocio auténtico no es evasión ni pasividad, sino un modo de estar en el mundo que exige atención, lentitud y libertad.

Editor: Universidad Isabel I

ISSN: 3020-1411

Burgos, España

Notas: 

[1] Curiosamente el término «scholé» dará lugar a lo que hoy conocemos como escuela. En su origen etimológico, scholé se refería a un lugar para la reflexión y el aprendizaje en un ambiente relajado, no solo a una institución educativa, como sería la escuela en nuestros días.

[2] Aristóteles, Ética Nicomáquea · Ética Eudemia, Madrid, Gredos, Trad. 2008, p.396, 1177b 4.

[3] De igual manera que sucede con el término latino, el trabajo para los griegos se entendía como el no-ocio, es decir, como la negación o lo contrario al ocio. De ahí la relación entre scholé y ascholia.

[4] B. Han, La sociedad del cansancio, Barcelona, Herder, 2010.

[5] P. Lafargue, El derecho a la pereza, Marxists Internet Archive, 2008.

[6] B. Russell, Elogio de la ociosidad y otros ensayos, ePub, 2013, p. 12.