Arturo Casado Alda - Mié, 31/08/2016 - 13:58
Ha pasado poco más de una semana desde que se clausuraron los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Desde ese momento ya se entra en la siguiente olimpiada, el periodo de tiempo que transcurre entre los Juegos. Hemos sido muchos los que hemos soñado con Río estos últimos cuatro años. Deportistas, entrenadores y el resto de los equipos técnicos focalizamos nuestros recursos y, sobre todo, ilusiones para que el deportista llegue a este momento en el mejor de los estados de forma de su vida.
Es un proyecto a largo plazo que requiere de muchos años, desde que el niño comienza su práctica en una escuela deportiva. Es en este momento cuando este niño comienza a fijarse en determinadas figuras que poco a poco van adquiriendo el carácter de héroes. Es un proceso lento en muchos casos. El niño se va haciendo mayor y poco a poco va creando su propio estilo de vida. En muchos casos, se siente raro en comparación con el resto de compañeros, ya que ellos normalmente no lo comparten. También en muchos casos el niño, que poco a poco va transformándose en adolescente, crea su círculo de amistades en este, su nuevo hobby.
Y de esta forma, muchas de las conversaciones se van centrando en esos deportistas que ve por la tele y a los que idolatra. Pero especialmente si los ve participar en los Juegos Olímpicos. Todavía recuerdo con 17 años viendo todas y cada una de las sesiones de atletismo de los JJOO de Sídney 2000. Grabando vídeos VHS de todas las carreras de media y larga distancia. Saboreando cada una de las series eliminatorias y generando a pasos agigantados el espíritu olímpico. Las ganas de estar alguna vez ahí eran indescriptibles. Se creó una motivación mayor a cualquiera de las que he tenido en mi vida y su fuerza era imparable.
Esa motivación, si está bien gestionada y conducida por un buen entrenador, nos hará romper límites que jamás pensaríamos que fuéramos capaces de sobrepasar. Y poco a poco, gracias a ciertos aspectos genéticos y, fundamentalmente, a poner todo de uno mismo a base de duro trabajo realizado inteligentemente durante muchos años, hace posible el milagro. El cumplimiento de un sueño eterno, de vida.
Pero no siempre este cuento tiene un final feliz (o sí). Desafortunadamente, no todos los niños que empezamos a hacer deporte consiguen cumplir el sueño olímpico. Hay muchos factores que van a determinar este logro: oportunidades, entrenadores adecuados, genética, lesiones... Sin embargo, el espíritu olímpico va más allá. Como dijera Pierre de Coubertin: «Lo esencial en la vida no es el éxito, sino esforzarse para conseguirlo». Esto es algo mucho más importante que el mero hecho de participar en unos Juegos y es el primero de los valores que este movimiento me ha aportado.
El compañerismo, el juego limpio, el respeto por el rival, el trabajo en equipo y muchos más son todo lo que me ha dado el deporte. En un futuro, dejaré de tener opciones para poder competir en unos Juegos. Pero lógicamente, la vida sigue. Y lo que me llevo son todos esos valores, además de grandísimas personas que considero amigos y lugares impresionantes que he tenido el placer de conocer gracias al deporte. Es decir, lo realmente valioso.
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