David Mota Zurdo Coordinador del Grado en Historia, Geografía e Historia del Arte
Mié, 12/01/2022 - 11:40

Poza de la Sal

Poza de la Sal (Burgos). Fuente: aunclicdelaaventura.com.

Serie: 'Haciendo Historia' (LXV)

Todas las familias tienen su historia particular, su épica y sus mitos. La mía tiene muchas aventuras y desventuras, muchos acontecimientos vividos por mis parientes más cercanos. En su trayectoria vital, en su biografía, se pueden identificar acontecimientos históricos que marcaron su cotidianidad de algún de modo, que les hicieron cambiar, que les afectaron de tal forma que supuso para ellos/as un punto de inflexión y que les subyugaron y les aterraron de diversas maneras: la Guerra Civil, la dictadura franquista, la Transición, el terrorismo o las crisis económicas. No en vano, siempre recordaré cómo mi abuela me hablaba del hambre que sufrió en la posguerra, de las cartillas de racionamiento y del estraperlo; o cómo mi padre dejó la militancia política de base durante la Transición cuando el terrorismo se acercó demasiado a su entorno político.

La historia -su análisis- es la observación de la propia vida, de la que sólo podemos reconstruir un pequeño porcentaje mínimamente aceptable para categorizarlo como verídico. Quizá por ello o a consecuencia de ello, el papel del historiador y del profesor de Historia es lamentablemente anónimo. Su trabajo no goza del suficiente reconocimiento social para enterrar mitos y falsas creencias en la sociedad, aunque haya notables excepciones de historiadores a los que sí se les tiene en cuenta algunas -pocas- veces. Hace décadas Josep Fontana (1982), asumió que aun siendo el estudio y la enseñanza de la Historia una ayuda para entender el mundo los estudiantes siempre reciben estos contenidos “como una parte de la salmodia académica, menos interesante que la Botánica o la Geología, que, por lo menos, sirven para conocer las hierbas y las piedras” (p. 284).

Una forma de combatir esto es realizar diferentes acercamientos a la historia, innovadores, menos lineales y más emotivos. En este artículo se trata precisamente de eso, de dejar constancia de la importancia que tienen el estudio y el análisis de la historia para entender no sólo el mundo, sino a nuestra propia familia y sus circunstancias. A tratar de crear un ojo crítico tumbando relatos que hemos interiorizado y que consideramos incuestionables, porque al proceder de nuestro entorno más próximo no hemos hecho siquiera el ejercicio de buscar fuentes al respecto.

Historia de un bisabuelo

Desde pequeño siempre me contaron dos cosas de mi bisabuelo Domingo Padrones Tudanca, natural de Poza de la Sal (Burgos). Una que fue un combatiente republicano durante la Guerra Civil; y, otra, que, siendo guarda/alguacil de la localidad, salvó la vida al reconocido naturalista Félix Rodríguez de la Fuente cuando este era un niño. Mi objetivo es, por tanto, contraponer la memoria que tenemos en nuestra familia sobre Domingo con la “verdad histórica”, con su historia de vida y ver qué hay de realidad y qué de memoria sesgada. Para ello, partiremos del análisis que nuestra compañera en la Ui1 Almudena Cotán (2013) ha propuesto sobre la metodología de la historia de vida, esto es obtener un relato de una experiencia vital contextualizada “en un lugar y tiempo determinado, que permiten revivir, analizar e incluso situarse ante tales circunstancias y razonar su comportamiento en ese determinado momento” (p. 159). Por tanto, espero que este ejercicio sirva, por un lado, para combatir la memoria sesgada que ha habido en mi familia, y, por otro, a identificar el porqué del uso de una determinada narrativa a la hora de afrontar una realidad histórica.

La historia de mi bisabuelo republicano, considerando este adjetivo como sinónimo de izquierdista, no es real. Domingo era un jornalero católico dedicado a la cantería de en torno a un metro y medio de estatura que hizo el servicio militar en el Regimiento de Infantería de Montaña de Pirineos entre 1932 y 1934. A la finalización del servicio, fue declarado por el Comandante Mayor como no apto “para el empleo inmediato en la reserva”. Esta información, obtenida en el Archivo Militar de Guadalajara, me sirvió para confirmar dos cosas: una, que tuvo interés de enrolarse en el Ejército como miembro de la tropa regular; y, dos, que por su estatura no dio la talla. Tales intenciones estuvieron vinculadas con la falta de expectativas del Burgos rural de la época de la Segunda República, marcado por la crisis agraria y la decadencia de quienes carecían de propiedades. Mi bisabuela, Fidela, me confirmó esta última cuestión y me dijo lo ingenua que fue cuando pensó que siempre le tendría a su lado tras enterarse de que le habían declarado nulo para el servicio militar. Me dijo: “tuve la suerte de enamorarme de un “canijo” con un aire marcial muy serio, que, sin duda, contrarrestaba esa carencia de altura”. De hecho, gracias a su buena preparación física y su conocimiento de su Poza natal, consiguió acceder a una plaza de alguacil-guarda del ayuntamiento de la localidad burgalesa.

El vínculo con Félix Rodríguez de la Fuente

Fue entonces, entre 1934 y 1936, cuando ejerciendo esas funciones, su vida se cruzó con la de un incipiente naturalista: Félix Rodríguez de la Fuente. Según se ha contado siempre en mi familia, todo el pueblo sabía que el pequeño Félix, de en torno a unos 8-9 años, pasaba gran parte del día fuera de casa, en los páramos que rodean a la localidad y que se enclavan en la comarca de la Bureba para observar de cerca a la fauna autóctona. Contaba mi bisabuelo que ese incipiente naturalista tenía un vínculo especial con los lobos de la zona y que ello le generó más de un susto a su familia. En una ocasión, en pleno invierno, el joven quedó atrapado por la nieve en una zona angosta de una de las veredas que dan acceso a la zona de Altotero, Peña Hornillos y San Andrés. Domingo, que se encontraba realizando “la ronda”, lo encontró en un delicado estado de salud. Este se lo llevó rápidamente a un refugio de pastores, donde lo atendió y le ayudó a superar esa mala experiencia. No volvieron a hablar de ello.

Estatua de Félix Rodríguez de la Fuente en Poza de la Sal

Monumento a Félix Rodríguez de la Fuente en Poza de la Sal. Fuente: viajes.nationalgeographic.com

En mi familia este relato siempre se ha contado como un éxito y en los siguientes términos: nuestro (bis-)abuelo/padre contribuyó a que uno de los naturalistas de referencia a nivel internacional llegara a convertirse en lo que fue. Evidentemente, esto es una exageración, aunque también quiero pensar que quizá pudo haber algo de realidad en ello: dotar de ese halo romántico al relato, ya mitificado, me lleva a obnubilarme y a sumergirme de lleno en el papel, si bien ínfimo, que pudo ser tener mi familia en su trayectoria vital. Pero lamentablemente no sabemos si fue realidad o ficción: Domingo y Félix se lo llevaron a la tumba. Mis indagaciones no me han permitido tener acceso a documentación que acredite ese encuentro y, menos aún, a esa proeza.

¿Combatiente republicano o franquista?

pasaporte de la guerra civil

Imagen tomada en el Archivo militar de Guadalajara.

Pero volviendo al “tema militar”. La suerte a la que aludía mi bisabuela Fidela se vio truncada poco tiempo después de este suceso. Durante el golpe de Estado de julio de 1936, Domingo fue reclutado en Burgos y movilizado forzosamente en octubre de ese año para combatir en el Frente de Aragón, donde luchó en el regimiento Aragón, denominado por el bando franquista como “El formidable”. Estuvo en la Batalla de Belchite, producida entre agosto y septiembre de 1937, y allí desapareció en algún momento del 30 de agosto. Según su historial, reapareció el 15 de enero de 1939 en mal estado de salud y se reincorporó al servicio en el bando franquista. Las pesquisas realizadas no me han permitido siquiera esbozar un breve recorrido medianamente verídico sobre qué pudo hacer mi bisabuelo en ese tiempo. Personalmente, no sé si fue capturado, si intentó desertar o si, dando por buena la afirmación familiar de que era un izquierdista, decidió pasarse de bando cuando tuvo oportunidad. Cualquier opción podría ser plausible, ya que la guerra estuvo plagada de situaciones excepcionales, como se ha estudiado para otros personajes más conocidos como Juan Pujol García “Garbo”, el espía que contribuyó a la derrota de Hitler durante la Segunda Guerra Mundial, pero que en plena Guerra Civil se cambió del bando republicano al franquista, para acabar la contienda refugiado en Burgos (Mota Zurdo, 2021).

En mi familia, partiendo de sus memorias, siempre se ha indicado que estuvo en un campo de prisioneros. Pese a que la mayor parte de los campos de trabajo estudiados son los franquistas, donde alrededor de 500.000 soldados cayeron en manos sublevadas en cerca de 190 enclaves, como ha estudiado Javier Rodrigo (2008). Lo cierto es que, según Julius Ruiz (2009), también hubo espacios similares en el bando republicano, aunque menos conocidos. Sería mucha la coincidencia para que mi bisabuelo hubiera estado justo en uno de esos campos intelectualmente planteados y justificados por el político anarquista, Juan García Oliver, como la solución al “gran problema de la delincuencia politicofascista” (Barnés, 2018). Por tanto, de aquellos años sólo sabemos lo que nos dijo: que estuvo en un campo de prisioneros, donde se vio obligado a beber su propia orina ante la falta de recursos y de comida. Que allí perdió muchísimo peso y tuvo serios problemas de salud derivados de aquellas condiciones. Sinceramente, dada la crueldad de una guerra, no hay motivos para no creer en sus palabras, pero casi un año y medio se me antoja demasiado tiempo para vivir en condiciones tan deplorables.

Sea como fuere Domingo recibió una medalla de campaña: la Cruz Roja. Este distintivo fue creado por el Gobierno franquista en plena guerra para condecorar a aquellos soldados que habían realizado alguna hazaña bélica en la vanguardia o en la retaguardia. Realmente, no he tenido constancia documental en los informes que he revisado en los archivos que indiquen por qué se le concedió tal distintivo. Sólo sé lo que la memoria familiar me ha transmitido, distorsionando en parte la realidad. Mi abuela, es decir, su hija María, siempre me contó que su padre había salvado la vida a un capitán de su regimiento y que, gracias a ello, cuando una de sus hijas -hermana de mi abuela- cayó muy enferma éste medró a través de instancias militares para obtener penicilina en una España carente de medicamentos.

Conclusiones

En conclusión, no sé si mi bisabuelo fue militante de izquierdas, pudo haberlo sido, aunque todo parece indicar que no. En su caso la mezcla de hechos históricos y memoria distorsiona la realidad. Por eso, se debe tener conocimiento de los problemas que genera la memoria descontextualizada en el análisis histórico, funcionando en ocasiones como el juego del teléfono estropeado. Por las pruebas documentales de las que dispongo es posible que o bien estuviera forzado a combatir o que decidiera hacerlo por motu proprio, ya que no fue licenciado del servicio hasta julio de 1940. Pero, al menos, sí -creo- que he derribado uno de los dos mitos asentados en mi familia: mi bisabuelo no combatió en el bando republicano, sino en el franquista, por el que fue condecorado. Este descubrimiento ha sido un mal trago para algunas personas de mi familia y me ha generado más de una discusión. Sin embargo, hay que asumirlo, no queda otra, aunque suponga desmitificar personas que teníamos idealizados. En parte, le tocó combatir en el lado sublevado, pero bien le podría haber tocado en el republicano: azares del destino (o no).

Con todo, humildemente pienso que con toda probabilidad esta confusión familiar radique en la ambigüedad con la que mi bisabuelo contara el relato -yo no lo conocí- o en la “bienintencionada” decisión de algún miembro de mi familia que en algún momento decidió omitir parte de los detalles por la repercusión negativa que podía tener sobre el resto; es decir, que estuvieran más preocupados por el qué dirán. Para esto sirve la disciplina histórica, para arrojar luz, incluso aunque la verdad duela.

Para saber más…

Barnés, H. El otro lado de la guerra civil. Así se vivía en los campos de trabajo republicanos. El Confidencial, 17-III-2018. 

Cotán-Fernández, A. (2013). Investigación-participación e historias de vida, un mismo camino. En Lopes, A.  et al. (coord.). Histórias de Vida em Educaçâo (pp. 157-166). REUNID.

Fontana, J. (1982). Historia, análisis del pasado y proyecto social. Crítica.

Mota Zurdo, D. (2021). Juan Pujol García. Alaric-Garbo: un héroe para dos imperios. En Mees, L. (coord.). Héroes y villanos de la patria (pp. 69-91). Tecnos

Rodrigo, J. (2008). Cautivos. Campos de concentración en la España franquista (1936-1947). Crítica.

Ruiz, J. (2009). ‘Work and Don't Lose Hope’: Republican Forced Labour Camps during the Spanish Civil War. Contemporary European History 18 (4), 419-441.

Editor: Universidad Isabel I

Burgos, España

ISSN: 2659-398X

 

 

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