María del Pilar López Castilla - Vie, 14/11/2025 - 17:57

Figura1. Validos/DirCom. Fuente: Imagen generada por IA.
Serie: 'Haciendo Historia' (CXVIII)
¿Qué tienen en común Miguel Ángel Rodríguez con el Conde-Duque de Olivares o el cardenal Richelieu?
El paralelismo no es metáfora gratuita; si en la corte barroca el valido era el filtro que organizaba el acceso al rey, hoy el director de comunicación (DirCom) cumple una función sorprendentemente parecida: agenda, relato, imagen y control de los tiempos. Esta comparación ayuda a comprender cómo el poder efectivo se ejerce muchas veces desde la mediación, no desde el trono ni —en la actualidad— desde el perfil del candidato.
En la Monarquía Hispánica, el conde-duque de Olivares fue valido y primer ministro de Felipe IV (1623–1643). LA realidad es que no gobernaba “en lugar de”, pero sí “a través de”: centralización, reformas fiscales, patronazgo artístico y control de ceremonias eran parte de una maquinaria de legitimación. En Francia, el cardenal Richelieu, primer ministro de Luis XIII (1624–1642), profesionalizó ese poder intermedio: recentró la autoridad real, neutralizó a la nobleza díscola y convirtió la información en herramienta de Estado. El legado de ambos resume bien la premisa de la política moderna: sin control del relato, no hay estabilidad.
Cuatro siglos después, la figura del DirCom condensa esa misma lógica en democracias mediáticas. En España, el caso de Miguel Ángel Rodríguez (MAR), jefe de gabinete de la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso, ilustra un modelo de agenda-setting permanente: selección de marcos, escaleta de apariciones, respuesta rápida y uso táctico del conflicto para ocupar el ciclo informativo. La prensa lo describe como “gurú” de comunicación en la sombra, cuya tarea es blindar el liderazgo y convertirlo en fenómeno nacional: una ingeniería de visibilidad con claros ecos cortesanos. Más allá de coyunturas o simpatías políticas, su papel evidencia lo que siempre ha sido una realidad: que la dirección de comunicación es hoy una pieza estructural del poder, comparable (mutatis mutandis) a la del valido esta vez en clave mediática.
El patrón se repite en otros países. En el Reino Unido, Downing Street institucionaliza la figura del Director of Communications. El nombramiento de la periodista Amber de Botton al inicio del gobierno de Rishi Sunak mostró hasta qué punto la estrategia gubernamental pasa por profesionalizar el mensaje: ordenar comparecencias, concentrar vocerías y modular la frecuencia de exposición. Es, de nuevo, gestión de corte —pero ahora la corte es el ecosistema mediático. En Estados Unidos, el White House Communications Director es parte del senior staff presidencial y lidera la campaña de comunicación de la Casa Blanca; la elección de perfiles como Steven Cheung subraya que la comunicación no es periférica, sino arquitectura central del gobierno.
¿Qué ganamos, como historiadores, con esta comparación? Primero, una herramienta analítica para leer la actualidad sin anacronismos ingenuos: no se trata de igualar regímenes, sino de reconocer continuidades funcionales del poder indirecto —gestión del acceso, del tiempo y de la imagen— en contextos distintos. Segundo, una invitación a estudiar fuentes de comunicación política (discursos, puestas en escena, redes, spin) con la misma atención con que leemos memoriales, relaciones de sucesos o ceremoniales de corte en la Edad Moderna. Esta mirada comparada ofrece un aprendizaje clave: que la Historia Moderna es un laboratorio para pensar el presente. Comprender a Olivares o Richelieu ayuda a entender por qué, hoy, un DirCom puede sostener —o erosionar— un liderazgo. Cambian las tecnologías; persiste la vieja verdad barroca: quien ordena el escenario, ordena el poder.
Editor: Universidad Isabel I
Burgos, España
ISSN: 2659-398X