Gustavo Eduardo Toledo Lara Profesor de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Isabel I
Mié, 25/04/2018 - 17:05

Suele ser más común de lo que parece. No siempre se reconoce por el temor a los comentarios. Lo que si es cierto es que, en el momento en que un docente se encuentra con sus alumnos o sus estudiantes, muchas son las cosas que pueden ocurrir. Ya sea para bien o para mejorar. Podemos estar seguros de lo que sabemos. La teoría la manejamos bien. Hemos programado hasta lo más mínimo, pero, algo pasa… Los nervios se pueden adueñar de nosotros y nos invade un terror casi incontrolable y pareciera que, de forma instintiva, reaccionamos desde la autoridad y caemos en el autoritarismo. Dentro de lo curioso de la situación, parece ser una respuesta (casi) automática.

Es mejor que analicemos esta realidad por partes: los nervios son normales, es parte de la biología humana. Es lo que nos puede hacer reaccionar con cierta prontitud o agilidad ante una situación determinada, pero, uno de los problemas empieza cuando pasamos de sentir nervios, a dejarnos dominar por los nervios. Pasa exactamente igual cuando viene la tan temida defensa de un trabajo. En estos casos, los nervios no suelen ser los mejores aliados. Al sentir ese “temblor” en las piernas, ese “hormigueo” en el estómago… Tragamos grueso, nuestras pupilas se dilatan, el corazón se acelera mientras nos damos cuenta de que todos nos están mirando y pareciera que escuchamos una voz interior que nos dice: “¡haz algo, estás metiendo la pata!

Posiblemente muchos de los que estén leyendo este contexto que acabamos de describir, se sientan identificados. Todos en algún momento lo hemos sentido. En mayor o en menor medida, pero es común. Repetimos: es normal sentir nervios, lo que no es normal es dejarse dominar por los nervios. Comparto esta pequeña anécdota para ilustrar un poco lo que aquí estamos revisando:

Recuerdo perfectamente una vez siendo muy joven, que estaba organizando una actividad de salida con mis alumnos. En aquel entonces me preparaba como maestro. Según yo, lo tenía todo listo y quería que todo estuviese absolutamente controlado y que resultase perfecto. Tenía todo cronométricamente programado: trabajo en grupos, presentaciones de los alumnos, instrumentos de evaluación, recursos didácticos hechos por mí mismo (en aquel entonces las TIC no existían en la educación), materiales… yo me sentía hijo de Montessori y de Decroly y tenia una ilusión tremenda ante esa actividad que auguraba ser sin lugar a duda muy exitosa.

El resultado no pudo ser más nefasto: los alumnos no se pudieron portar peor, el viento tan fuerte hacía que unas tarjetas que había creado volaran por todas partes, eran muchos alumnos y en un espacio abierto la voz no se proyecta igual, así que casi ni me escuchaban, en fin, había metido la pata hasta el fondo. Absolutamente nada funcionó. Al terminar la actividad (o lo que quedó de ella) mi cara de decepción lo decía todo y se me acercó una compañera muy atenta y afectiva, me habló para tranquilizarme y darme ánimos y para recordarme que todo pasa por algo y que, en ese momento, me había tocado aprender de eso malo que me había pasado. En ese entonces aprendí “a los golpes” que por mucho que planifiquemos, siempre debemos tener un “plan b” y no confiar ciegamente en aquello que tenemos sobre papel.

El caso anterior, lo puedo revisar con la ventaja que dan los años y cierta experiencia acumulada. Queriendo hacer lo mejor de lo mejor, solo pensé en lo que me resultaba bien a mí, pero no pensé si eso que yo tenía en mente, efectivamente era lo mejor para mis alumnos desde un punto de vista didáctico.  Como me dijo aquella compañera, aprendí de forma brusca que siempre hay que tener un plan “b”. Y si ocurre alguna eventualidad, darle la importancia en su justa dimensión y seguir adelante. Corregir, revisar y seguir adelante.

Así, también se van “descubriendo” algunas tácticas que pueden resultar útiles. Por ejemplo, si estamos en un aula y sentimos ese “temblor” en las piernas, es una señal de que nos debemos mover. De esa manera, esa adrenalina nos va a permitir movernos entre nuestros alumnos con agilidad y comodidad, vamos a “arroparlos” con nuestra voz y con nuestro andar en el aula. Así estamos permitiendo captar la atención con más facilidad, en lugar de pretender captar la atención en nosotros como un punto fijo que apenas gesticula.

También, hay una habilidad que se desarrolla con el tiempo: imagínense que estamos hablando de un contenido determinado, pero de forma simultánea debemos ver el que se está durmiendo, o el que está molestando a un compañero, o el que está distraído mirando por la ventana. Esto lo hacemos simultáneamente, pero vemos en un alumno algo que nos llama la atención y no debemos hacer “visible” eso que estamos observando. En ese instante, se nos olvida lo que estábamos hablando y hay que retomar si o si, de forma inmediata. Una buena estrategia es que mientras estamos caminando entre nuestros alumnos, siempre debemos tener a la mano el tema o algún “conector” que nos permita enlazar con el punto que estábamos hablando. Un conector puede ser, por ejemplo: una imagen, un pequeño texto, una ilustración que estemos observando con nuestros alumnos…de manera que ellos se sientan que son parte de la clase, y no que están allí solo para escuchar.

También las “pequeñas responsabilidades” suelen ser muy interesantes y nos permitirán unos minutos para respirar tranquilamente y observar el clima del aula. Las “pequeñas responsabilidades” pueden ser, por ejemplo, cuando los alumnos en pequeños equipos hacen una actividad determinada, en ese caso se asignan esas pequeñas responsabilidades: el encargado de exponer el trabajo del equipo, el que revisa los dibujos o el que entrega el trabajo.  Mientras los alumnos estén sumergidos en la actividad, nosotros podremos estar un poco menos agobiados mientras respiramos un poco, observamos la dinámica general del aula y aprovechamos para andar de forma tranquila entre los equipos.

Finalmente, todo lo que vamos descubriendo mientras estudiamos nos va a permitir conocer una parte de lo que nos identifica como docentes. La otra parte la vamos a ir agregando conforme vamos viviendo y creciendo como profesionales. Una no puede ir sin la otra. De allí la importancia de la profesionalización docente, y de la enseñanza que nos ofrece la experiencia.

Entrada publicada el 25/04/2018

Editor: Universidad Isabel I

Burgos, España

ISSN: 2659-5222

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