Jimena Peña Cagigal Profesora del MAES
Lun, 20/10/2025 - 11:09

Grupo de jóvenes contentos chocándose las manos

Grupo de jóvenes contentos chocándose las manos.

Serie: ' El Reto del Profesor en Formación' (XC)

Los centros educativos son un reflejo de las desigualdades sociales, y los estudiantes en contextos de vulnerabilidad social requieren una atención especializada. Dentro de las funciones del equipo de orientación, se encuentra la detección de estos casos con el fin de poder ofrecer el apoyo necesario al alumnado a través de la coordinación con familias y servicios externos, y el diseño de intervenciones personalizadas. Esta labor es esencial para construir escuelas inclusivas.

Uno de los indicadores más evidentes de riesgo social en la escuela es el abandono escolar. Según el Ministerio de Educación y Formación Profesional (2025), la tasa de abandono temprano en España se situó en 2024 en el 13 %, la cifra más baja registrada hasta la fecha, aunque continúa por encima del objetivo europeo del 9 %.

Según Contreras (2020) el término exclusión social actualmente se entiende como un proceso, es decir, como un continuo a lo largo del cual las personas se situarían según sus circunstancias. Con el uso del término exclusión social se recogen muchas más realidades que con los términos pobreza o desigualdad. De esta manera, se hace referencia a “todas aquellas personas que, de alguna manera, se encuentran fuera de las oportunidades vitales que definen una ciudadanía plena en las sociedades de nuestros días” (Tezanos, 1998, p. 11).  Así, el término exclusión se emplea en la actualidad para puntualizar las formas actuales de desventaja social.

Ajustado al ámbito educativo, Jiménez et al. (2009) sostienen que la exclusión educativa no es solo la falta de asistencia a la escuela, sino también la incapacidad de esta para responder adecuadamente a las necesidades individuales de los estudiantes. Esto significa que cuando las circunstancias del alumno (sociales, económicas, familiares) no encajan con los recursos o estrategias de la escuela, su desarrollo integral se ve limitado, quedando nuevamente en una situación vulnerable.

Martín et al. (2024) evidencian cómo factores como el nivel socioeconómico, la migración, el desempleo o las desigualdades territoriales influyen directamente en el abandono y bajo rendimiento escolar. A ello se suman la falta de recursos materiales y la discriminación por género, etnia, discapacidad u origen migratorio (UNICEF, 2022). En la dimensión social, Lucas-Molina et al. (2022) indican que el riesgo de exclusión también se da dentro del aula e incide negativamente en la autoestima y el bienestar emocional del alumnado. Reconocer estas realidades resulta imprescindible para construir una escuela inclusiva.

El orientador es una pieza clave en este proceso, por ello, debe desenvolverse con la normativa estatal y autonómica que rige sus funciones. Esta le permitirá intervenir tanto en dificultades de aula como en problemáticas sociales, a través de herramientas como las entrevistas o la observación y análisis de indicadores académicos y socioemocionales.

El trabajo del orientador se integra junto con el de otros profesionales a través de los equipos de orientación, y sus principales funciones son la coordinación de acciones con tutores, familias y servicios sociales. En los casos de exclusión social en la escuela, el entorno social y familiar adquiere un peso decisivo en el desarrollo académico del alumnado. Por ello, las intervenciones, deben ajustarse a la singularidad de cada caso, empleando siempre los recursos que ofrece tanto el centro escolar como los diversos agentes sociales del entorno.

Actualmente, la labor de los orientadores representa un gran desafío, tanto por el elevado número de casos que deben atender como por la complejidad de estos, lo que requiere una formación continua.

Ante esta realidad, la colaboración en red con instituciones externas es indispensable. Los orientadores trabajan junto a servicios sociales, asociaciones, centros de salud mental y programas municipales, garantizando un acompañamiento integral dentro y fuera de la escuela. Este enfoque interdisciplinar permite anticipar riesgos, mejorar la eficacia de la intervención y ofrecer un apoyo continuado al alumnado.

Para concluir, a pesar de que la figura del orientador afronta constantes retos, su labor resulta esencial para abordar los casos de exclusión social en los centros educativos. La detección temprana, la coordinación con familias y agentes externos, y la respuesta atendiendo a las particularidades de cada caso, constituyen la base de unas buenas prácticas que promueven inclusión y equidad. Estas prácticas representan la base de una intervención educativa capaz de reducir las brechas de desigualdad y avanzar hacia una escuela verdaderamente inclusiva.

Editor: Universidad Isabel I

ISSN 2792-1859

Burgos, España