Diego Arceredillo Alonso Profesor de la Universidad Isabel I
Vie, 01/12/2023 - 08:00

 

Cueva de la Mina en Burgos

Yacimiento de La Mina. Fotografía: Diego Arceredillo.

Serie: 'Un Viaje por la Ciencia' (XLIX)

Cuando se le pregunta a la población general, aquella alejada de la ciencia, sobre la importancia de un yacimiento arqueológico u otro, muchas personas asocian esta, a la espectacularidad o a su aparición en redes sociales u otros medios de comunicación.

En libros de texto, redes sociales y medios de comunicación generalistas aparecen de manera frecuente depósitos como los de Altamira o Atapuerca. Cuando trabajas como guía o monitor en un yacimiento arqueológico compruebas que la cultura científica de los usuarios se centra en los principales yacimientos o bien en aquellos más conocidos por la cultura popular.

Se asocia Altamira a los bisontes y Atapuerca a sus fósiles humanos, pero sin profundizar en el porqué de su importancia o qué suponen para el conocimiento de la arqueología y la paleontología, cuando les preguntaba ¿Por qué?...Y casi nunca obtenía respuesta, yo, les contraargumentaba con un "depende". Pero ¿de qué depende la importancia de un yacimiento arqueológico? Pues al nivel particular de un investigador. Puede parecer una obviedad, de qué se esté estudiando y a nivel científico de sus aportes al conocimiento general de estas disciplinas. Evidentemente yacimientos como Altamira o Atapuerca han puesto el foco, en primer lugar, en la capacidad de los humanos del Paleolítico para desarrollar un pensamiento abstracto y; en el segundo caso, en la evolución de los humanos y de los paisajes que habitaban durante el último millón y medio de años.

Los yacimientos más desconocidos

Sin embargo, existen yacimientos pequeños y prácticamente desconocidos que nos permiten conocer, quizás no un periodo muy extenso o una especie llamativa para la cultura popular, la evolución de una especie, su morfología, su dimorfismo sexual o su edad de muerte. Estos datos ayudan a desarrollar metodologías que posteriormente pueden emplearse en otros yacimientos más extensos o aportan datos que ayudan a completar el mapa de la evolución de los ecosistemas en un periodo muy concreto.

Podríamos poner varios ejemplos. Si volvemos al arte rupestre, muy cerca de la cueva de Altamira se encuentran las cuevas del monte Castillo en Puente Viesgo (Cantabria); y muy cerca de Atapuerca las cuevas de La Mina y Valdegoba (Burgos). Estas cavidades nos ofrecen nuevos datos sobre nuestro pasado. En la cueva del Castillo se han descubierto algunas de las pinturas rupestres más antiguas de la humanidad, planteando más cuestiones sobre el origen del arte y del pensamiento abstracto de nuestro género.

Por otra parte, los restos fósiles de rebecos de la cueva de Valdegoba forman parte de una de las colecciones más completas de esta especie a nivel mundial, lo que permite conocer la morfología y la evolución de este taxón en los últimos 100.000 años. Asimismo, la cueva de La Mina, ha añadido una nueva localización para la especie Coelodonta antiquitatis, el famoso rinoceronte lanudo coetáneo de los mamuts y neandertales. Los restos identificados del rinoceronte lanudo en La Mina, únicamente tres dientes, han permitido retrasar casi 10.000 años la entrada de esta especie en la península Ibérica durante el Pleistoceno superior, añadiendo una nueva ola migratoria no registrada hasta este momento para esta especie además de una nueva ruta de acceso al interior peninsular a las ya conocidas del levante y de la cordillera Cantábrica.

Gracias al trabajo de una gran cantidad de investigadores en yacimientos pequeños y poco conocidos se está reconstruyendo la historia de nuestra especie y de los ecosistemas en los que vivían.

Editor: Universidad Isabel I

ISSN 2792-1808

Burgos, España

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