Marcos Terradillos - Mié, 23/07/2025 - 10:08
Marcos Terradillos cortando un bifaz en el Centro de Arqueología Experimental de Atapuerca. Fuente: Fundación Atapuerca.
Serie: 'Un viaje por la Ciencia' (LXII)
Como en cada inicio de verano, comienzan a desarrollarse las excavaciones en la burgalesa Sierra de Atapuerca. Uno de los yacimientos que nos permiten conocer la evolución cultural del ser humano, es Galería. Uno de los elementos más característicos de Galería es la presencia de unos instrumentos líticos muy característicos denominados bifaces. Estos útiles en piedra se caracterizan por ser grandes y planos, por estar tallados por las dos caras. Tienen largos filos laterales asociados a una punta. En la producción de los bifaces también se emplean percutores blandos (madera y asta). Pero, son mucho más que unos procesos y características técnicas. Su relevancia también radica en ellos se introducen conceptos que son netamente humanos, como la simetría y la búsqueda de la belleza.

Bifaz realizado mediante talla experimental.
Cuando pensamos en belleza, raramente evocamos un canto tallado, un bifaz o una punta musteriense. La palabra “arte” suele invocar pinturas, esculturas o sinfonías. Pero ¿y si los primeros objetos en los que se buscaba la belleza se agarraban con la palma de una mano?
Los instrumentos líticos, esas herramientas de piedra que nos acompañan desde hace más de dos millones de años, no son solo productos funcionales. También nos hablan de simetría, de proporción, de elecciones estéticas, de búsqueda de belleza. Nos obligan a replantear la historia del arte, a retroceder mucho más atrás de lo que solíamos pensar. Porque sí, es posible que el arte naciera en el Paleolítico inferior.

Bifaz de West tofts reddit.com
Durante décadas, la arqueología consideró las herramientas líticas exclusivamente desde un prisma utilitario: cortar, raspar, perforar o machacar. Sin embargo, algunos hallazgos desafiaron esta mirada. ¿Por qué tallar bifaces perfectamente simétricos cuando uno irregular corta igual de bien? ¿Por qué invertir tanto tiempo en producir un objeto tan refinado si bastaría con algo más burdo para alcanzar la misma función? ¿Por qué seleccionar materias primas ricamente coloridas o con fósiles incrustados?
Cualquier bifaz, pero principalmente algunos ejemplos como el bifaz de West Tofts o el célebre “Excalibur” de La Sima de los Huesos (Sierra de Atapuerca) no parecen hechos solo para cortar. Su simetría, la selección de materias primas muy concretas, la búsqueda de martillos muy concretos (como de asta de ciervo o reno y madera dura como el boj) o la finura de las técnicas empleadas, apuntan a un deseo de trascender la mera utilidad.
¿Puede una herramienta ser bella? Diversos estudios han demostrado que nuestro cerebro responde positivamente ante la simetría, la proporción y los patrones repetitivos. Elementos todos presentes en muchos utensilios líticos, especialmente en bifaces del Paleolítico inferior y piezas bifaciales del Paleolítico superior, fabricados por numerosas especies humanas, desde el Homo ergaster hasta el Homo sapiens.
La manufactura de estos objetos requiere habilidades complejas: anticipación de la forma final, conocimiento de los materiales, control motor fino y planificación. Es decir, no solo inteligencia técnica, sino también sensibilidad visual y gestual. En ese acto creativo, en ese “dar forma a la piedra”, aparece el placer estético, el placer por lo bello, un gusto por lo bien hecho, por lo equilibrado.

Marcos Terradillos Bernal tallando un bifaz con madera de boj.
Además de su estética, algunos instrumentos líticos podrían haber servido como marcadores sociales. En sociedades donde no existía la escritura ni los ornamentos corporales complejos, una herramienta elegantemente tallada podría expresar estatus, habilidad o pertenencia a un grupo. Algo así como una tarjeta de presentación lítica.
Desde los primeros cantos tallados del Olduvayense hasta los microlitos del Mesolítico, pasando por la elegancia técnica del Solutrense, los instrumentos líticos son testigos de una evolución que es tanto tecnológica como estética.
Hoy, estas herramientas se exhiben en museos bajo vitrinas, no tanto como útiles, sino como artefactos culturales. Y no es raro que artistas contemporáneos encuentren inspiración en ellas, replicando su forma o reinterpretando su simbolismo. La arqueología experimental ha contribuido a revalorizar este patrimonio, mostrando al gran público que hay belleza en el gesto primigenio de tallar.
Para quienes nos dedicamos a la divulgación científica, esta relación entre belleza y tecnología primitiva es una oportunidad maravillosa. Permite conectar con el público desde la emoción, desde la sorpresa de descubrir que nuestros ancestros, además de sobrevivir, también creaban. Que el arte y la ciencia, lejos de ser compartimentos estancos, pueden encontrarse en una piedra tallada hace cientos de miles de años.
Porque, quizás, el primer atisbo de humanidad no fue un pensamiento ni una palabra, sino el destello de belleza en un pedazo de sílex.
Editor: Universidad Isabel I
ISSN 2792-1808
Burgos, España