Víctor Rodríguez González Docente del Grado en Criminología
Jue, 02/02/2017 - 11:13

Leer: Comunicación no verbal y detección de la mentira (parte I)

Como ya hemos indicado anteriormente, el mentir implica la toma de decisiones a nivel psicológico teniendo en consideración diversos parámetros tanto del propio emisor como del receptor.

El conocer en mayor o menor medida a la persona que recibirá nuestro mensaje con mentira nos facilita la labor de elaboración de la mentira, ya que sabremos qué ámbito puede ser más sensible de ser detectado y cuál no.

Imaginemos a un niño de 7 años que, para librarse de una regañina y seguramente de un par de azotes, miente diciendo que ha sido su hermano pequeño el que ha derramado por toda la mesa del salón un vaso de zumo. Los padres tenderán a creer a su hijo, puesto que lo han educado para no mentir, y como su otro hijo es de corta edad y no tiene un control absoluto sobre su cuerpo, no se enfadarán con él.

El hermano mayor ha conseguido el máximo beneficio posible con una pequeña mentira que no ha perjudicado a nadie, pero que, aun así, no deja de ser una mentira.

Tanto la decisión de mentir o no sobre cómo, cuándo y a quién hacerlo, en la mayoría de las ocasiones, no tiene en consideración las posibles repercusiones para las otras personas, sino que es una decisión más bien egoísta y racionalizada en la mente, de tal forma que no afecte a otras personas sin desearlo, aunque el resultado puede diferir de lo esperado.

Existen siete emociones básicas con sus características particulares cada una y con las que, realizando una conjugación de dichas características, podemos llegar a obtener un gran número de combinaciones posibles.

Estas emociones son sorpresa, felicidad, asco, tristeza, miedo, enfado y desprecio (Paul Ekman). Otros autores aumentan estas sumando la aceptación y la anticipación (Plutchik), pero otros las reducen a tan solo alegría, miedo, tristeza e ira (M. Antoni).

Rueda de las emociones de Plutchik. Ocho emociones básicas y ocho emociones avanzadas, cada una compuesta de dos emociones básicas.

Hay que tener en consideración que estas emociones tienen varias fases cada una y que, en combinación con otras, dan el resultado de todas las emociones que un ser humano es capaz de manifestar a lo largo de su vida.

Puede que algunas de ellas no se puedan expresar de forma voluntaria o que no se lleguen a usar nunca, pero la posibilidad existe, por lo que hay que tenerlo en consideración y saber detectarlas y diferenciarlas para poder clasificarlas adecuadamente y saber cuáles puedan ser indicios de mentira.

Para poder llegar a saber la emoción básica de la que parte la manifestación externa, debemos saber previamente cuál es la motivación de esta persona para que se dé la situación.

No todas las mentiras llevan consigo asociadas un sentimiento más o menos potente que de una u otra forma se manifestará al exterior. Esto tan solo será posible en aquellas situaciones en que la persona que miente tiene la sensación de que va a ser descubierta. En situaciones así, las personas no podemos elegir sentir o no una emoción más o menos potente (hay excepciones, pero son poco comunes).

Una fuerte emoción, que se manifestará en un segundo o que puede ir cobrando intensidad en la persona, nos puede indicar que hay algún tipo de sentimiento oculto detrás de las palabras y acciones que manifiesta el emisor.

Ocultar estas emociones no es fácil, y menos cuando se tiene delante al interlocutor que puede saber qué signos son los representativos tanto de una mentira como de ocultación de una mentira. Inventar y expresar de forma convincente una emoción que no se siente es difícil también, aunque puede que su ejecución sea aceptable y surta efecto el engaño.

El nivel de estrés o nerviosismo del emisor es un factor clave que puede favorecer al interlocutor y facilite su trabajo de detección de los rasgos de mentira. Si el mentiroso estima que su interlocutor tiene habilidades suficientes para detectar su mentira, esto hará que se ponga nervioso y pueda cometer errores de ejecución, autodeleciones o tenga errores en su discurso. Cuanto más sea lo que está en juego con una mentira, mayor es el recelo a ser detectado.


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Si el interlocutor sospecha cuáles pueden ser los motivos de la persona por los que esta podría estar mintiendo, tiene más posibilidades de conseguir averiguar en qué o cómo le están mintiendo, ya que, sabiendo parte de la motivación de donde nace esa intención de mentir, se puede tener una mejor orientación de dónde debemos focalizar más nuestra atención o qué preguntas debemos realizar.

Podemos encontrarnos a personas a las que, sorprendentemente, no les cuesta nada mentir y a otras que se dice que son brutalmente sinceras. Las personas que mienten por costumbre y además lo hacen de forma convincente puede ser o bien porque no se presume que tengan que mentir sobre lo que están transmitiendo o que saben cómo controlar tanto su versión como cualquier gesto que pueda delatarlas.

Pongamos el ejemplo de Jeffrey Dahmer, el «carnicero de Milwaukee». Asesinó a 17 personas, pero en algunos casos, antes de matarlas y descuartizarlas, realizaba experimentos con ellas para conseguir fabricar un «zombi sexual». Una de sus víctimas consiguió escapar del sótano donde Dahmer lo tenía recluido y pedir ayuda a la Policía. Jeffrey lo encontró en la calle rodeado de gente y relatando a la Policía lo que este le hacía en su sótano. En esta situación, Dahmer fue capaz de elaborar una mentira en pocos segundos y conseguir que tanto la Policía como todas las personas presentes creyeran que era un amigo suyo que había bebido demasiado y que se lo llevaría a casa para que se repusiera. Posteriormente, lo asesinó.

Un rasgo característico de las personas con trastorno antisocial de la personalidad según el DSM-V es la mentira repetidas veces, utilizar alias, estafar a otras personas para obtener un beneficio, fracaso para adaptarse a las normas sociales… entre otras. Todas ellas indican la facilidad que tienen estas personas para mentir de tal forma que resulta convincente y casi indetectable incluso para el experto en la materia.

El mentiroso perfecto no es aquel que, mientras miente, manifiesta los sentimientos acordes con lo que dice, sino aquel que no necesita modificar lo que siente porque su propia mentira hace que se generen en su interior dichos sentimientos, por lo que expresarlos al exterior no le supondrá un esfuerzo. Esto evita que se puedan generar errores en la ejecución y que facilite que sea detectado como mentiroso. En definitiva, la persona que por costumbre miente lo suficiente como para terminar aceptando realmente que su versión falsa es la verdadera.

Un juego en el que está aceptado mentir, y hay que ser bueno haciéndolo, es el póquer. En este juego hay que evitar mostrar cualquier emoción a la hora de ver las cartas o realizar una apuesta para evitar que los demás jugadores puedan anticiparse y abandonar la partida. O bien todo lo contrario, se tiende a manifestar sentimientos diferentes para intentar engañar a los adversarios y conseguir así que estos estimen algo distinto a lo que en realidad nos interesa. A la hora de marcarse un farol, será mucho más verosímil si va acompañado de una CNV convincente con lo que hacemos que si demostramos que realmente no tenemos jugada, pero deseamos ganar el bote acumulado.

También existen las mentiras altruistas de las cuales la persona que miente no obtiene ningún tipo de beneficio, sino que lo que quiere es evitar sufrimiento o un mal a otras personas. Por ejemplo, una patrulla de rescate que no le dice a un niño de corta edad que sus padres han muerto en el accidente del que él ha salido ileso o el familiar que dice que su chequeo médico ha salido perfecto cuando acaban de informarle de que tiene una masa sospechosa en el hígado. Estas mentiras, que en ocasiones se revelan, suelen ser pasajeras, ya que no se pueden mantener durante demasiado tiempo debido a la fuerte carga emocional que conlleva el transmitirlas.

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