Antonio Castillo Ávila - Lun, 17/11/2025 - 12:38

Jóvenes leyendo en una biblioteca.
Serie: 'El Reto del Profesor en Formación' (XCI)
Que la labor del docente de literatura en secundaria no debe ser la del mero trasmisor de unos ciertos “contenidos” (fechas, autores, nombres de grupos o corrientes literarias, características estéticas e históricas…), como tampoco la del orientador y facilitador del reconocimiento de ciertos rasgos “estilísticos” en una serie de lecturas tan guiadas como mecánicas (constatación de elementos métricos, figuras del discurso...) es algo a igual partes aceptado y sorprendentemente reproducido en la práctica real del aula. Hoy día, el marco competencial, aun con su vocación integradora y significativa, tiene dificultades a la hora de ofrecer en la práctica algo más que ciertos modelos metodológicos a través de los que tratar de hacer llegar de forma más atractiva y aplicada dichos elementos ya prestablecidos.
Didáctica de la literatura
Persiste en todo caso un mismo problema: la noción del docente como un elemento más o menos neutral o casi transparente, encargado de mediar una serie de contenidos prefijados e igualmente “blancos”. Este era el presupuesto en la enseñanza tradicional y lo sigue siendo, en gran medida, en el marco de las metodologías activas y la nueva educación. En realidad, el comienzo de una buena práctica docente (en literatura, así como en cualquier otra área) pasa por la toma de conciencia de que la figura del docente tiene necesariamente una opacidad ideológica ineludible que condiciona y media, necesariamente, cualquier contenido o competencia que se pretenda llevar al aula. El conocimiento y su transmisión en ningún caso es neutral y no puede nunca ser objetivo. El profesor o profesora, inevitablemente, no puede dejar de incorporar sus propios presupuestos, su posición y situación (política, personal, teórica, epistemológica), sea consciente de ello o no. Y, de hecho, la voluntad de asepsia o neutralidad epistemológica a la hora de enseñar conlleva el que acaso sea el gesto ideológico por excelencia: el ocultamiento no solo de la propia posición implícita, sino también de la determinación ideológica del propio objeto de estudio.
Esta ha sido una problemática ampliamente estudiada. En "Notas sobre las relaciones de la teoría literaria con la didáctica de la literatura" (Núñez, 1998), Núñez se encargó de clarificar los presupuestos teóricos e ideológicos que han sustentado el sistema educativo literario español desde el siglo XIX hasta nuestros días. El valor de este y otros estudios[1] reside, entre otras cosas, en el esclarecimiento de la determinación ideológica y teórica de todos los modelos educativos literarios de nuestro país desde la conformación del moderno sistema de educación reglada. Se consigue demostrar así que, desde el Plan Pidal de 1845 y hasta la reciente LOMLOE, no existe ni nunca ha existido algo como un modelo educativo literario "neutral" u "objetivo", sino que han incorporado necesariamente presupuestos teóricos, políticos e ideológicos que los han conformado de modo más o menos directo. De modo que una educación literaria verdaderamente crítica no debería renunciar a hacer visible en el aula la densidad de sus propios presupuestos, las implicaciones teóricas, históricas e ideológicas que están siempre ya mediando tanto contenido como metodologías.
Teoría literaria
La teoría literaria, por su lado, conforma una disciplina de estudios que desde su mismo origen ha estado involucrada, precisamente, en desentrañar las determinaciones implícitas del hecho literario. Preguntas fundacionales y vertebrales de la teoría literaria son: ¿qué es la "literatura"?, ¿hay algo en un texto "literario" que lo diferencia de uno "no-literario"?, ¿qué estamos haciendo cuando escribimos o leemos "literatura"?, ¿qué función cumple la literatura en la totalidad social de la que forma parte? En este amplio sentido, la teoría literaria es la facultad reflexiva propiamente humana aplicada sobre el fenómeno literario-poético, la (mala) conciencia de la literatura que desbarata su existencia ingenua y en primer grado y la impele a situarse en un nivel metacogntivo en el que ella misma obtiene la opacidad y la resistencia de un objeto no-natural, y por lo tanto glosable, analizable, cuestionable.
Una relación productiva y enriquecedora entre didáctica y teoría literaria, en este sentido, parece algo tan deseable como realizable. ¿Qué impide que esta tenga lugar en un contexto de normalidad didáctica? ¿Qué tipo de presupuestos y axiomas han mantenido a la teoría de la literatura fuera de las aulas de secundaria? ¿Qué forma podría tomar una práctica docente en la que la teoría preste a la didáctica sus capacidades extrañantes y (auto)críticas?
Referencias:
Bombini, G. (1996). Didáctica de la literatura y teoría: apuntes sobre la historia de una deuda. Orbis Tertius, (2-3), 1-4.
Núñez, G. (1998). Notas sobre las relaciones de la teoría literaria con la Didáctica de la Literatura. RIFOP: Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, (31), 91–99.
Núñez, G. (2014). Las historias de la literatura y la canonización de autores y obras en el sistema educativo español. Revista de Literatura, 76(151), 39–55.
Núñez, G. (2016). Modelos de educación literaria en el moderno sistema escolar. Lenguaje y Textos, (43), 23–32.
Rodríguez Reyes, C. (2012). El lugar de la Teoría literaria en la didáctica de la Literatura. Álabe: Revista de Investigación sobre Lectura y Escritura, (5).
Villanueva Prieto, D. (1992). Teoría literaria y enseñanza de la literatura. Ínsula: Revista de letras y ciencias humanas, (552), 1–2.
[1]Ver también “Las historias de la literatura y la canonización de autores y obras en el sistema educativo español" (Núñez, 2014) o "Modelos de educación literaria en el moderno sistema escolar" (Núñez, 2016).
Editor: Universidad Isabel I
ISSN 2792-1859
Burgos, España