Gustavo Eduardo Toledo Lara Profesor de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Isabel I
Mié, 27/06/2018 - 13:59

Cinco anécdotas y cinco lecciones

Para algunos, puede resultar útil sentirse identificados con otros que posiblemente han vivido situaciones o experiencias similares. A veces pensamos que solo a nosotros nos pueden pasar algunas cosas y cuando podemos leer anécdotas de otros, tal vez comprendamos que, en medio de todo, es perfectamente normal y es parte de la vida misma. Si estas líneas pueden servirle a alguien a no “ahogarse en un vaso de agua”, nos resultaría de mucha utilidad:

1.-Fui voluntario en un centro de educación para adultos. Allí asistían chicas que trabajaban internas como servicio, adultos sin alfabetización y además algunas chicas que trabajaban de noche atendiendo clientes… Con este panorama, la experiencia sería sumamente interesante y todo un reto para mí. Mi sorpresa cuando estoy viendo el desempeño de mis alumnas y veo que las chicas que trabajaban de noche atendiendo clientes, asistían a clases algunas veces golpeadas o con poco aseo, sin embargo, eran las más aplicadas y las mejores de la clase. Un buen día llega una chica muy desaseada y muy afectada anímicamente por la noche anterior. Preocupado me le acerco a ofrecerle mi apoyo por si necesitaba algo y me dice que tenía tiempo sin que le preguntasen como estaba o como se sentía, y que hacía todo ese esfuerzo por su niño que apenas era un chiquillo que necesitaba de su madre. Al final se acabó el curso y dejé de tener contacto con esta chica y en el acto de fin de curso, ella y sus compañeros me entregaron un reconocimiento por mi labor como docente. Fue una experiencia muy aleccionadora.

2.-Hace muchos años siendo muy joven e inexperimentado, participé en una experiencia extrema como docente en la selva amazónica. Apenas llegué, todos mis parámetros se vinieron abajo porque no había absolutamente nada. La escuela era una choza con una pizarra y un poco más… Nada de ordenadores ni documentos digitalizados porque para empezar no había luz, ya que para alumbrar se usaba el fuego y en aquel entonces las TIC no existían. Solo se usaba internet para ciertas operaciones muy alejadas del mundo educativo y obviamente en plena selva esto de internet era algo de otro planeta. tuve que ingeniármelas y hacer malabares para hacerme entender y para enseñar ya que aquellos chicos hablaban español, pero con muchas limitaciones. Al final, se convirtió en todo un reto y toda una enseñanza ya que quien quiere realmente enseñar y siente pasión por lo que hace, no necesitará muchos instrumentos para transmitir su mensaje. Creo que yo aprendí más de ellos, que ellos de mí.

3.-En aquel momento pensé que me había tocado el peor curso… Mis compañeros de trabajo me decían lo mismo y eso me tenía muy asustado. Llega el día y debo encontrarme con el grupo problemas. Pues bien, como era de esperarse, la clase era un auténtico desastre y para colmo mi hora era la última, así que debía hacer malabares para intentar captar la atención de aquellos chicos. Contaba los días para que llegara pronto el fin del curso porque de verdad no me encontraba a gusto. Acaba el curso y empiezo con otra asignatura y afortunadamente con otros chicos. Estoy en mi aula y veo por la ventana a dos de aquellos “chicos problemas” del curso anterior. Ellos me ven y yo por dentro rezando para que ni se me acerquen. Cuál es mi sorpresa que llegan hasta la puerta del aula y los veo como muy extraños… Así como queriendo saludar, pero con cara de nostalgia. No me quedó más alternativa que saludarles esperando que no dijesen alguna imprudencia delante de los chicos. Ellos eran bastante “espontáneos” por así decirlo y uno de ellos me dice: ¿Cómo está el mejor profesor? Yo no sabía que responder para no entrar en el bucle por si acaso me salían con algo malo… ¿Cuándo nos vas a tocar en la clase? Lo único que pude decir fue: Bueno hijo… cuando la vida así lo decida. El otro chico agrega: “Ojalá que sea pronto… El único con que se podía hablar eras tú, los demás ni me acuerdo como se llaman… Los otros no saben explicar…”. Inmediatamente traté de terminar el encuentro amablemente mientras me quedé pensando en que en el fondo (muy en el fondo) no eran tan problemáticos como parecían. Con esta pequeña anécdota pude aprender que hasta en los ambientes más difíciles para un profesor, siempre habrá aunque sea uno que le llegue tu mensaje, o al que le dejas alguna huella.

4.-Recuerdo perfectamente una vez siendo muy joven, que estaba organizando una actividad de salida con mis alumnos. En aquel entonces me preparaba como maestro. Según yo, lo tenía todo listo y quería que todo estuviese absolutamente controlado y que resultase perfecto. El resultado no pudo ser peor: los alumnos no se pudieron portar peor, el viento tan fuerte hacía que unas tarjetas que había creado volaran por todas partes, eran muchos alumnos y en un espacio abierto la voz no se proyecta igual así que casi ni me escuchaban, en fin, había metido la pata hasta el fondo. Al terminar la actividad (o lo que quedó de ella) mi cara de decepción lo decía todo y se me acercó una compañera muy atenta y afectiva. Ella era una maestra con muchos años de servicio docente y me habló para tranquilizarme, darme ánimos y para recordarme que todo pasa por algo y que, en ese momento, me había tocado aprender de eso malo que me había pasado. En ese entonces aprendí “a los golpes” que por mucho que planifiquemos, siempre debemos tener un “plan b” y no confiar ciegamente en aquello que tenemos sobre papel.

5.-Definitivamente la inexperiencia se nota, pero también se nota la “madera” para la docencia. Empezando en este mundo docente y siendo muy joven, me encontraba en una reunión con unos compañeros hablando sobre lo que queríamos hacer para el próximo curso. Yo sí que notaba que, al ser un colegio de alumnos de clase económicamente alta, los docentes trataban en lo posible de mostrarse sumamente eruditos y muy especialistas en sus áreas. Pues bien, no me queda más alternativa que integrarme a uno de esos grupos que charlaban sobre el futuro curso y me toca intervenir: joven, inexperto, en formación y recién llegado. ¿Quién me escucharía? Me dije a mí mismo: “Este es el momento, por nada del mundo debo meter la pata” y justamente en ese instante recordé una clase sobre currículum ya que siempre fui buen estudiante en esa asignatura. Mi sorpresa es que, al terminar mi aportación, una profesora me pregunta ¿y qué estudiaste?, yo, con mucha humildad, pero con sinceridad le respondí: “Estudio para ser docente” ¡pues vaya! -dice la profesora- enhorabuena! Sigue así, tienes “madera” para esto. De eso han pasado casi 24 años y ¡vaya las vueltas que he dado en este mundo educativo!

Entrada publicada el 27/06/2018

Editor: Universidad Isabel I

Burgos, España

ISSN: 2659-5222

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